El FBI y la larga sombra de Hoover

El polémico exdirector de la agencia durante 48 años sentó las bases de lo que hoy es uno de los pilares de la investigación policial y el espionaje en Estados Unidos

J. Edgar Hoover

J. Edgar Hoover / periodico

KIM AMOR / BARCELONA

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Información es poder y si además es secreta mucho mejor, más poderosa. Las inquietantes revelaciones de personajes como Edward Snowden o Julian Assange (Wikileaks) demuestran que en este mundo todo y todos somos susceptibles de ser espiados. Las nuevas tecnologías avanzan a velocidad de vértigo y en manos de los servicios de inteligencia son un arma de incalculable valor. Las bases del sofisticado espionaje actual se plantaron en Estados Unidos hace más de un siglo cuando se fundó la Agencia de Investigación Federal, la mítica FBI, creada para proteger al Gobierno y a los ciudadanos de EEUU de toda amenaza, tanto interna como externa. La realidad, sin embargo, no siempre ha sido así y para muchos estadounidenses no ha dejado de ser, en ciertas etapas de la historia del país, una amenaza para las libertades, la democracia y los derechos civiles.

Desde su fundación, en 1908, el FBI ha tenido dieciocho directores, el cesado James Comey es el último de esta lista. En la larga historia de la agencia, la figura más relevante ha sido, sin duda, John Edgar Hoover, que estuvo al frente de la entidad de investigación policial e de inteligencia desde 1924 hasta su muerte en 1972. Nada más y nada menos que cerca de medio siglo. Durante el mandato de Hoover sucedió la ley seca, la gran depresión, la persecución a anarquistas y comunistas –entre ellos los estadounidenses que combatieron en la guerra civil española en la brigrada Abraham Lincoln-, la segunda guerra mundial, la Guerra Fría y el escándalo del Watergate. Casi nada.  

MANIPULADOR Y RACISTA

Hoover, un gran manipulador, racista y realmente temido incluso por los ocho presidentes a los que sirvió, fue el precursor y promotor del espionaje moderno a gran escala y del uso de la información como arma de intimidación e incluso de chantaje al poder y a los poderosos. “Cada vez que hay una cámara de seguridad que nos apunta, estamos viviendo bajo la sombra de Hoover. Cada vez que pisas un aeropuerto y te toman las huellas dactilares o te fotografían el iris para conseguir datos biométricos, estamos viviendo en el mundo de Hoover. Él creó este mundo de vigilancia, en el que te pueden pinchar el teléfono, colocar micrófonos o recopilar tu información secreta”, dijo en una ocasión el periodista estadounidense y premio Pulitzer Tim Weiner, autor del libro “Enemigo. Una historia del FBI”. Hoover, que actuó con total impunidad, transformó una pequeña y débil agencia de investigación en un monstruo capaz de colarse sigilosamente en las alcobas de presidentes, congresistas, actores, escritores o intelectuales. Fue el precursor de los archivos de las huellas digitales y de los laboratorios forenses.

Tres presidentes de EEUU intentaron sin éxito echarlo, Harry Truman, John F. Kennedy y Richard Nixon, a pesar de que esperaban y recibían con anhelo y entusiasmo los informes secretos del director del FBI. Hoover convirtió el FBI en un servicio de inteligencia a disposición de la Casa Blanca, pero también lo utilizó en contra de ella, si era necesario para sus intereses. Truman, por ejemplo, le acusó de transformar la agencia en una policía secreta privada. “Hoover está al frente de la Gestapo americana”, espetó en una ocasión en privado.

A Kennedy, entre otras cosas, le irritaba lo mucho que sabía el jefe del FBI de su vida privada, como el ‘affair’ amoroso que mantenía con Marilyn Monroe. Con Nixon, el desencuentro vino principalmente porque Hoover se negó a hacerle el juego sucio de las escuchas al Partido Demócrata. Ante la negativa, Nixon optó entonces por contratar para hacer el trabajo a exagentes del FBI y de la CIA. Los pillaron y fue una auténtica chapuza. Un mes después de la muerte de Hoover, en mayo de 1972, estalló el escándalo Watergate que acabó dos años más tarde con la presidencia y la carrera política de Nixon. La famosa garganta profunda de los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein del ‘The Washington Post’ fue el que entonces era el número dos de la agencia, Mark Felt.

DOS MANDATOS

El impresionante poder que Hoover fue acumulando durante las décadas que dirigió el FBI sirvió para que a partir de su desaparición se fijaran un máximo de diez años –dos mandatos presidenciales- para los nuevos directores, que son elegidos por los presidentes pero que deben de ser ratificados por el Senado. El único que ha conseguido sobrepasar este término tras la muerte de Hoover ha sido Robert Mueller, que asumió la dirección el 4 de septiembre del 2001, una semana antes de los atentados del 11S. Empezó su mandato con George W. Bush -con el que tuvo fuertes discrepancias y al que amenazó con dimitir por considerar su política de seguridad y control de los ciudadanos estadounidenses anticonstitucional- y lo acabó con Barack Obama, que le pidió que se mantuviera en su cargo dos años más.

Mueller tuvo que lidiar con dos de los grandes fracasos de la agencia: los atentado del 11S –el FBI tiene también como misión velar por la seguridad ante la amenaza terrorista- y el sonado caso de Robert Hanssen, el agente del FBI que estuvo veinte años, de 1979 al 2001, pasando información y espiando para Moscú.

Ahora, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la agencia, que cuenta actualmente con 14.000 agentes, vuelve a estar en el ojo del huracán. El actual presidente, acosado por las acusaciones de sus presuntas conexiones con la Rusia de Putin durante la campaña electoral que investiga la agencia, acusó en su día a Obama de haber ordenado al FBI que lo espiara, lo que el expresidente demócrata ha negado. El periodista Tim Weiner asegura que durante el binomio Obama-Mueller se dio “una coincidencia poco frecuente”: que un presidente y un jefe del FBI creyeran en la Constitución y no actuasen fuera de la ley. No parece que la sombra de Hoover haya desaparecido del todo.