Partos mortales en Senegal

En el país africano, cinco mujeres pierden la vida cada día dándosela a sus propios hijos

Una mujer cuida a un bebé en Senegal en el refugio de las Hermanas Franciscanas.

Una mujer cuida a un bebé en Senegal en el refugio de las Hermanas Franciscanas. / periodico

BEATRIZ MESA / DAKAR

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Los partos en Senegal no siempre son motivo de alegría. El dato estremece: cinco mujeres pierden la vida al día dándosela a sus propios hijos. La mayoría mueren desangradas o por cualquier otro imprevisto relacionado con la pobreza sanitaria en un país donde, sin embargo, la inversión extranjera no cesa, y la galopante construcción asfixia al paseante. Vamos, que la economía fluye pero no para una sanidad pública, y menos aún de calidad.

“No siempre dan a luz en una buena infraestructura. Faltan materiales y a veces personal”, denuncia Sara Labos, estudiante de último año de Medicina en la especialidad de Ginecología, quien también achaca a los embarazos precoces los altos índices de mortalidad maternal. Y a la responsabilidad de cuantas senegalesas durante la gestación evitan acudir a las consultas médicas para hacer un seguimiento del bebé, atrapadas por supersticiones típicas del animismo africano, muy extendido en Senegal.

MIEDO A LOS MALES DE OJO

Los miedos a los males de ojo por parte de familiares, amigos o vecinos contra el niño que llevan dentro les hacen ocultar los embarazos hasta el día del parto. “Las hemorragias, que son muy frecuentes, y el hecho de que no se respeten las visitas prenatales contribuyen a que el número de fallecidas aumente”, explica Pape Samba Diéye, médico. 

La mujer de Benedicto falleció sin pronóstico. Su tercer hijo nació sano, pero la madre quedó muy tocada físicamente, incluso con la salud mental afectada. Pese a ello, los médicos la enviaron rápidamente a casa con la criatura recién nacida, una decisión precipitada que le costó la vida y destrozó a la familia.

“Dejó de comer, de beber y de hablar hasta que falleció”, relata apesadumbrado el viudo. Benedicto trabaja en una empresa de cables donde gana menos de 100 euros al mes, una cantidad irrisoria para pagar un puñado de gruesos gastos: el alquiler de una modesta vivienda, la comida, el agua, la luz y los estudios de la hija mayor. Benedicto es solo un ejemplo más de una población humilde que heroicamente debe afrontar los pormenores de una vida en Dakar, la capital senegalesa, hecha a la medida de los expatriados. 

HERMANAS FRANCISCANAS

El próximo mes se cumple un año de la muerte de su esposa, el tiempo de luto que necesita guardar Benedicto antes de dar con una nueva madre para sus pequeños. “Espero encontrar a alguien comprensivo, que acepte a mis hijos, aunque esto debo dejarlo en manos de Dios”, dice sin despegar la mirada de la casa de acogida de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, situada en uno de los barrios más pobres de la capital. 

Benedicto agradece la atención de las religiosas a su bebé, que durante su primer año se ha criado con ellas. Viudos como él, desgarrados por la muerte de sus mujeres y carentes de medios para atender a sus pequeños, recurren a las misioneras para que los cuiden en ese primer año, tiempo de tomar biberones y papillas, de superar las primeras enfermedades y de recibir, por supuesto, cariño.

La misionera española Justina de Miguel, de 80 años, lleva más de cuatro décadas atendiendo a niños huérfanos de madre y a pequeños abandonados. Llegan desnutridos, enfermos y faltos de afecto. Emocionada, cuenta la satisfacción que le produce ver la evolución de un niño llegado con sólo un kilo de peso y que con el tiempo se va recuperando y es capaz de mirar, sonreír y hablar.

“Necesitan mucho amor”, dicen las voluntarias que acompañan a las misioneras en la atención a los bebés. "¡Son vida y son pasión!", clama Justina mientras sostiene en sus brazos a Mohamed. La casa de acogida alberga en estos momentos a 80 bebés, de familias cristianas y musulmanas. Para cada uno de ellos hay una atención casi personalizada. Las religiosas están formando en cuidados y labores domésticas a jóvenes senegalesas del mundo rural que han encontrado ahí un hogar, una familia y una salida al infierno de la prostitución o de la emigración.