El calvario de los 'niños brujo' de Kinshasa

Muchos de los 30.000 niños de la calle de la capital congoleña han sido abandonados tras ser acusados de practicar la brujería

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TRINIDAD DEIROS / KINSHASA

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Tiene 13 años y una sonrisa que no se le cae de la boca ni siquiera cuando explica que está solo en este mundo. Daniel es un huérfano del sida: su padre sucumbió a la enfermedad primero; después claudicó su madre. Y así este niño quedó a merced de una familia que nunca lo había querido. Incluso en vida de su madre, su abuela había exigido a la mujer que abandonara al pequeño. Ella se negó y entonces empezó el maltrato. “Mi abuela me pegaba y me decía que era un brujo”, recuerda Daniel.

El drama de los niños brujo en África se conoció en Occidente después de que se viralizaran en las redes sociales las fotos del rescate de Hope, un niño nigeriano que vagaba por las calles en Nigeria y que, al borde de la muerte por hambre y sed, fue salvado por una holandesa. Un año después del rescate, aquel menor escuálido es hoy un niño risueño que empieza la escuela.

“Brujo”: la acusación que está en el origen del abandono de miles de niños en la República Democrática del Congo, acusados de estar embrujados o de practicar la magia negra a veces por motivos tan banales como el de ser un crío nervioso. Estos niños se convierten así en el blanco de abusos que culminan con su expulsión del núcleo familiar. A veces, explica Noha Matanga, educador de una oenegé italiana, Cesvi, que trabaja con estos menores, es el niño el que huye para escapar del maltrato. “Los niños vulnerables son los más expuestos a las acusaciones de brujería, por ejemplo, los huérfanos, totales o de uno de los progenitores cuya nueva pareja no quiere asumir su cuidado”.

EXORCISMOS A MENORES

El drama de Daniel es un calco del de muchos de los 30.000 menores que malviven en las calles de la capital congoleña, según Unicef. Tras la acusación de brujería, a Daniel lo sometieron a diversas “sesiones de liberación”, exorcismos practicados en las “Iglesias del Despertar”, una fe protestante pentecostal que ha seducido a miles de congoleños con la promesa de que la oración puede con la desgracia y la pobreza que atenazan a ocho de cada diez de ellos.

Al amparo de la creencia generalizada en la brujería, estas iglesias han hecho de los exorcismos un negocio que permite a los pastores engordar su peculio y a las familias deshacerse de los niños incómodos. Previo pago del exorcismo, el pastor confirma que el niño es “un brujo”, lo que abre la puerta a que la familia lo entregue a la iglesia.

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El niño emprende así un viaje que no tiene vuelta atrás porque incluso si el pastor lo declara “sanado”, la familia se niega a acogerlo. Daniel recuerda su exorcismo: “Me tuvieron dos semanas sin comer y me pegaban todo el tiempo”. Con una mezcla de inocencia y lucidez dice: “Yo no veía por ningún lado la brujería. Todo lo que hacía el pastor era teatro. Eso de la brujería es una tontería”.

Daniel escapó de la iglesia en cuanto tuvo ocasión y terminó en la calle. Aun así, tuvo suerte. Al cabo de un tiempo, supo que Cesvi tenía un centro de acogida para niños de la calle. Allí vive desde hace tres años con otros 30 menores, de entre 7 y 17 años, rescatados de los alrededores del mercado de Gambela, en el barrio de Kasa-vubu.

ALIMENTADOS DE LA BASURA

Como en otros lugares de la ciudad, estos niños se alimentan de la basura del mercado, duermen sobre cartones, mendigan o roban. Las niñas se prostituyen. En su caso, los ritos de iniciación de las diferentes bandas de menores de la calle se traducen, casi siempre, “en una violación colectiva”, explica otro trabajador humanitario que pide anonimato. En Kinshasa, 60 niños nacen en la calle cada mes, dice Unicef.

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Daniel pinta con acuarelas siguiendo las explicaciones de Noha, el educador de Cesvi, un estudiante de Bellas Artes de 26 años que está filmando con otros artistas un documental sobre estos menores titulado “Tosala” (Actuemos). “No todos estos niños de la calle han sido acusados de brujería, algunos simplemente escaparon por la pobreza de las familias o fueron expulsados”, deplora Noha, y señala a Pierre, de 16 años, a quien su padre echó de casa después de que uno de sus hermanos le robara dinero. Pierre es huérfano de madre

En la casa de acogida, los niños viven con pocas comodidades pero duermen bajo techo, comen tres veces al día y estudian. Pueden seguir siendo niños aunque sea a duras penas. Sus juguetes son unos móviles rotos y la imaginación: uno de ellos ha improvisado una camiseta del Barça pintando el escudo del equipo en el raído polo que lleva puesto.