DESIGUALDADES ECONÓMICAS

Cáncer en el Congo: "Un adiós"

Sin sanidad pública, la mayoría de los enfermos sucumbe a la enfermedad pues no tienen medios para pagar los tratamientos

Sébastien, enfermo de cáncer, y su mujer en el hospital del Congo.

Sébastien, enfermo de cáncer, y su mujer en el hospital del Congo. / periodico

TRINIDAD DEIROS

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“¿El cáncer? Un adiós. Con un diagnóstico de cáncer, lo único que puedes hacer es despedirte de tu familia”, dice Wally, un taxista de Kinshasa, que no conoce a ningún enfermo de cáncer. La razón está en las antípodas de la buena salud o de la buena suerte: todos los enfermos que este congoleño conocía “están muertos”. Lo dice sin dramatismo, mientras sortea los socavones de una enésima carretera sin asfaltar, casi como si aludir a ese destino fatal aquí tan inexorable fuera una obviedad.

Privados del derecho a una sanidad pública, los habitantes de la República Democrática del Congo luchan contra la enfermedad solos. Y la mayoría sucumbe a falta de armas, pues el arma contra el cáncer en Congo se llama dinero; ese dinero del que carecen ocho de cada diez de los habitantes de este país vasto y rico en minerales que viven bajo el umbral de la pobreza absoluta de Naciones Unidas, con menos de 1,25 dólares americanos (1,19 euros) al día. Incluso en los hospitales estatales se paga por todo, desde la anestesia hasta el hilo con el que el cirujano te cose, materiales que al igual que los medicamentos el enfermo debe comprar por su cuenta. Eso si el cáncer se puede atajar con una operación sencilla y el paciente no necesita radioterapia ni quimioterapia. En Congo no hay ningún aparato de radioterapia en funcionamiento y la quimioterapia sólo se dispensa en la capital congoleña en cinco centros privados, según un informe de la Organización Suiza para los Refugiados que, aunque data de 2010, es uno de los pocos documentos que ofrecen cifras, en ausencia de base de datos oficial sobre la enfermedad. Ante un cáncer, quien lo puede pagar, viaja al extranjero para tratarse. Quien no, sigue el consejo del taxista y abraza a los suyos.

El hospital Monkole, situado en la comuna del Monte Nganfula por la que transita con dificultad el taxi de Wally, tiene la ambición de convertirse en una referencia nacional para algunos tipos de cáncer, como el de cuello de útero, en un país en el que ni siquiera se sabe cuántos casos de la enfermedad se declaran cada año. La gente del paupérrimo suburbio donde se alza el edificio lo llama “el hospital de los españoles”, pues es propiedad del Opus Dei, aunque la mayor parte de su personal es congoleño.

UNA CARRERA DE OBSTÁCULOS

La habitación de Sébastien está impoluta. Sobre su cama, hay un cuaderno. Este funcionario de 69 años ha perdido la voz. Ese cuaderno y Lucienne, su mujer, se han convertido en su medio para comunicarse desde que un tumor en la laringe le arrebatara la palabra. Esta profesora, cuya amabilidad resulta conmovedora, recuerda un periplo de médicos, viajes a Uganda, diagnósticos dudosos de benignidad del tumor y sufrimiento. Para sufragar unos tratamientos en hospitales congoleños y en centros ugandeses que incluso para un profano parecen erráticos -con pruebas repetidas, médicos que los remitían a sus clínicas privadas y otros indicios de mala praxis- esta pareja de clase media ha tenido que vender hasta las pestañas. Ahora han puesto en venta la casa en la que viven.

Tras recorrer miles de kilómetros en vano, un médico les aconsejó que recurrieran al Monkole, donde hoy Sébastien va a sufrir una operación para instalarle una sonda gástrica que le permita alimentarse, pues ya no puede tragar. Ante la sospecha de un diagnóstico de cáncer de laringe, Lucienne se pone “en las manos de Dios”, dice conteniendo a duras penas las lágrimas.

La doctora Celine Tendobi, jefa del servicio de Ginecología y Obstetricia de Monkole, explica que la falta de información sobre el cáncer y la carencia de medios económicos hace que muchos pacientes oncológicos lleguen al centro “en fase terminal” cuando ya poco se puede hacer por ellos. O por ellas, porque, para colmo, en Congo, cánceres como el de cuello de útero, causado por el virus del papiloma humano (VPH), que se contrae por vía sexual, “se presentan de forma precoz”.

“La evolución de la enfermedad abarca alrededor de 20 años y el virus se contrae en los dos primeros años de la vida sexual. En Occidente las pacientes suelen estar en la cuarentena mientras que aquí, debido a las relaciones sexuales prematuras, a veces a partir de los 12 o 13 años, tenemos a pacientes de 32 años con este cáncer. Los matrimonios y las maternidades precoces, los partos y los abortos repetidos constituyen traumatismos para el cuello del útero y son un importante factor de riesgo”, explica la Dra. Tendobi.

El Monkole acaba de lanzar una campaña gratuita de detección precoz del cáncer de cuello de útero que, seguramente, salvará vidas. Vidas que no entrarán en las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud que en 2012 elevó a 847.000 los casos de cáncer en el continente africano, en una cifra seguramente infravalorada a la luz, explica la doctora congoleña, de que, por ejemplo en su país, hay gente que muere de cáncer sin “haber consultado a un médico y sin saber lo que padece”.