Posdemocracia tecnocrática en Europa

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea.

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. / periodico

ELISEO OLIVERAS

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Las medidas adoptadas para afrontar la crisis financiera y las dos recesiones que siguieron en Europa, los duros ajustes impuestos desde Bruselas y las promesas electorales incumplidas muestran que la democracia se ha convertido en más aparente que real, subrayan destacados sociólogos y politólogos, como Colin Crouch, Wolfgang Streeck, Henry Farrell, Wolfgang Merkel y Jürgen Habermas.

Los elementos formales de la democracia se mantienen y los ciudadanos votan regularmente. Pero al final las decisiones son cocinadas por una elite estrechamente vinculada a las grandes corporaciones y al sector financiero y la política socioeconómica que se aplica es la misma agenda neoliberal, independientemente de quien gane las elecciones, señala Colin Crouch, profesor de la Universidad de Warwick y autor de 'Post-Democracy'.

Wolfgand Streeck, director del Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades de Colonia, suele referirse a la "democracia fachada", "una cáscara vacía, un ritual formal", donde los votos no sirven para modificar la política económica, mientras que Habermas en su reciente libro 'The Lure of The Technocracy' enfatiza el aspecto tecnocrático de la toma de decisiones económicas en la UE, que se sustrae a la participación política ciudadana.

En la posdemocracia, la política está controlada por unas élites que explotan las técnicas de marketing y que eluden tener que responder por sus decisiones, mientras que los ciudadanos son meros sujetos pasivos, precisa Crouch. Desde el poder se afirma que las decisiones son por el bien de todos, porque todos tienen los mismos intereses, "pero eso es falso", destacaba el historiador británico Tony Judt. "Los ricos no quieren lo mismo que los pobres. Quien depende de su trabajo para vivir, no quiere lo mismo que quien vive de los dividendos y las inversiones. Quien no necesita servicios públicos, porque puede comprar transporte, educación y protección privada, no busca los mismo que quien depende exclusivamente el sector público", explicaba Judt.

PÉRDIDA DE INFLUENCIA CIUDADANA

La pérdida de influencia política ciudadana se ha visto favorecida por la destrucción del empleo industrial en Europa desde la segunda mitad de los 70, el debilitamiento sindical y el mayor empleo en los servicios, con una población menos cohesionada, con menos identidad  y menos capacidad de plantear demandas políticas, explica Crouch.

La sucesiva supresión de las regulaciones económicas y financieras, las privatizaciones de empresas y servicios públicos y el abrazo de una globalización sin cortapisas por parte de los gobiernos a partir de los 80 han debilitado la democracia en Europa, señalan Crouch y Steeck. Esto ha impulsado al desarrollo de grandes corporaciones, operadores financieros y una élite transnacional, que gracias a la liberalización financiera pueden mover sus riquezas a paraísos fiscales. Debido a la globalización y desnacionalización, las grandes empresas y los operadores financieros han dejado de estar subordinados a las decisiones políticas democráticas nacionales y gracias a la riqueza acumulada y a su poder de presión son ahora quienes imponen sus reglas a los gobiernos y a la UE, añaden Crouch y Streeck.

Ante el debilitamiento de la capacidad de actuación de los gobiernos nacionales, la Unión Europea (UE) como estructura continental podría haber actuado para contrarrestar los excesos de la globalización y desnacionalización empresarial para devolver un control democrático sobre la economía y las decisiones económicas, indica Habermas.

A COSTA DE LA MAYORÍA

Por el contrario, la UE desempeña un liderazgo en socavar la democracia mediante la imposición tecnocrática de la política económica, el abandono de su dimensión social, las cláusulas en los acuerdos comerciales que negocia, la política de competencia que impide una inversión pública empresarial, la jurisprudencia mayoritariamente neoliberal que dicta el Tribunal de Justicia Europeo y la eliminación del control democrático sobre instituciones clave declaradas independientes, como el Banco Central Europeo (BCE), que ni siquiera tiene como prioridad velar por el crecimiento y el empleo, a diferencia de la Reserva Federal de EEUU, coinciden Crouch, Streeck y Douglas Voigt.

En esta posdemocracia no es de extrañar, por tanto, que "el salvamento de los bancos de sus propias fechorías se haya realizado a costa del resto de los ciudadanos", que han tenido que sufrir los recortes de gasto público asociados a la crisis y las contrapartidas impuestas en los rescates, recuerdan Crouch y Streeck.