LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA

Ni Trump ni su muro son bienvenidos en la frontera con México

Un coche de la Patrulla Fronteriza de EEUU peina la valla de casi cinco metros que separa buena parte de los dos Nogales.

Un coche de la Patrulla Fronteriza de EEUU peina la valla de casi cinco metros que separa buena parte de los dos Nogales. / periodico

RICARDO MIR DE FRANCIA / NOGALES (ARIZONA) (ENVIADO ESPECIAL)

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Cuando Víctor Fontes era todavía un niño, allá por los años 50, lo único que separaba el Nogales estadounidense del Nogales mexicano era una alambrada enclenque. La frontera se cruzaba sin pasaporte y no había más patrulla fronteriza que un agente a caballo. Pero la guerra contra las drogas y la subsiguiente militarización de la frontera cambiaron las cosas. Nogales está hoy partido por una valla de acero de casi cinco metros de altura. Ni sus estacas ni sus celosías han quebrado los lazos culturales, económicos y familiares que unen a las dos poblaciones. Pero la perspectiva de más restricciones genera por estas tierras escasas simpatías y preocupación.

“Si no fuera por los mexicanos, este pueblo iría a la quiebra”, dice Fontes, secretario del alcalde en el Nogales estadounidense, un pueblo de 20.000 habitantes al sur de Arizona. Los periodistas no dejan de llamar a su puerta desde que Donald Trump hiciera de la frontera uno de los asuntos centrales de la campaña presidencial en Estados Unidos. El candidato republicano ha prometido construir “un muro impenetrable, físico, alto, poderoso y hermoso” en los 3.185 kilómetros que separan a su país de México para frenar la inmigración ilegal y el tráfico de drogas. Quiere triplicar el número de agentes de frontera y expulsar a los 11 millones de indocumentados. La factura del muro, al que son favorables el 41% de los estadounidenses, según el último sondeo de la CNN, pretende que la pague México.

COMERCIO Y COOPERACIÓN

Pero en esta frontera de Arizona es difícil encontrar a alguien que apoye sus planes. “Trump ha demostrado una gran ignorancia sobre la cultura y la relación que tenemos los estados fronterizos con México. El comercio y la cooperación son vitales para nosotros”, dice el alcalde de Nogales, el independiente John Doyle. Como muchos otros pueblos fronterizos, el suyo depende en gran medida de la economía azteca. De sus fábricas y sus consumidores. Cerca de 26.000 mexicanos cruzan legalmente esta frontera cada día para comprar ropa, electrónica y productos de alimentación en sus tiendas, un gran bazar que engorda las arcas municipales con el IVA.

Más importante todavía son las maquiladoras en suelo mexicano, las fábricas y plantas de ensamblaje que se instalaron junto a la frontera tras la firma del Acuerdo de Libre Comercio de Norteamérica (NAFTA) en 1994. Los bajos costes laborales en México aceleraron la desindustrialización en Michigan o en Ohio, pero el acuerdo fue una bendición para las localidades fronterizas. Solo en Nogales, el almacenaje y la distribución de productos de las maquilas, especialmente frutas y verduras, deja casi 3.000 millones de dólares anuales en su economía. Pero ahora hay miedo a que Trump la dinamite. El republicano ha hecho del Nafta uno de sus caballos de batalla y amenaza con imponer aranceles del 35% a los coches importados desde el otro lado, como los que Ford fabrica en el Nogales de Sonora. La guerra comercial estaría servida.

FRONTERA POROSA

Esta ha sido siempre una frontera porosa, por más que sus ardientes soledades desafíen todo intento racional de cruzarla. Vallas de distinta altura y grosor cubren un tercio de su extensión, especialmente las zonas pobladas. Pero la infraestructura de seguridad deja pocos resquicios sin vigilar. Sensores, torres de observación, drones, controles de carretera y vehículos de la Patrulla Fronteriza escrutan pueblos y caminos remotos.

Nada de eso impidió que algo más de 350.000 indocumentados la cruzaran el año pasado, pero esa cifra está muy lejos del descontrol caótico del que habla Trump en sus discursos. Es tres veces inferior a los 1,2 millones del 2000. Ni siquiera la Patrulla Fronteriza está convencida de que su muro vaya a frenar el tráfico. Ni de personas ni de marihuana, la droga que más entra por esta región. “No podemos poner un muro y esperar que funcione porque pasarán por encima, por debajo o lo reventarán”, dice su portavoz en Tucson (Arizona), John Lawson. “Tendría que ir acompañado de muchos más medios para vigilarlo”.

OASIS DE RANCHEROS Y JUBILADOS

Arivaca es un pequeño oasis de rancheros, jubilados y 'hippies' a unos kilómetros de la frontera. Aquí se habla más inglés que español. Y sus habitantes están acostumbrados a los encuentros fortuitos con los inmigrantes. Hace unos años, se producían casi todos los días. Ahora pasan meses sin verlos. “Deberíamos construir el muro alrededor de Trump porque solo servirá para perturbar las rutas de los animales migratorios. No detendrá la inmigración”, dice la artista plástica Maggy Milinovitch. No es el único problema que comportaría. La frontera atraviesa 1.600 kilómetros de tierras privadas y reservas indias, lo que obligaría a pagar compensaciones millonarias o emprender expropiaciones masivas.

Milinovitch reconoce que los inmigrantes traspasan a veces propiedad privada y entran en las casas cuando están vacías, pero esas violaciones que indignan a la cacofonía xenófoba lejos de la frontera, molestan poco en Arivaca. “A mí me han entrado cuatro veces, pero no se han llevado más que comida y agua, tienen que sobrevivir”. Otros vecinos expresan opiniones similares. “El muro no funcionó en Berlín y tampoco funcionará aquí. Somos un país de inmigrantes, nos hemos alejado de nuestros valores”, dice Joe Rodgers, un veterano de Vietnam. Ni la Patrulla Fronteriza ni la milicia de vigilantes que peina el desierto a la caza de indocumentados tienen aquí muchos amigos. En una de las paredes del pueblo se lee: “La ayuda humanitaria nunca es un crimen”.