"Oía el crujir de huesos al paso del camión"

Niza amanece en silencio plagada de testimonios sobrecogedores

Numerosas personas depositan flores, munecos de peluche y mensajes de condolencia cerca del paseo maritimo de Niza.

Numerosas personas depositan flores, munecos de peluche y mensajes de condolencia cerca del paseo maritimo de Niza. / periodico

MONTSE MARTÍNEZ / NIZA (Enviada especial)

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Viendo el mar de Niza, de un turquesa arrebatador, cuesta imaginarse el horror.  Como cuesta hacerse a la idea de ver una playa de la Costa Azul completamente vacía un 15 de julio. Sombrillas recogidas tumbonas perfectamente alineadas desocupadasBarras cerradas. La estampa de un pueblo marítimo y turístico en invierno pero a más de 30 grados. Así luce el tramo de playa testigo de la masacre. El campo de voley, siempre disputado, también está desierto.

Solo hay que darle la espalda al mar en el Paseo de los Inglesesen pleno centro de Niza, para atisbar lo que fue la noche del jueves, 14 de julio, cuando no cabía ni un alma durante el espectáculo de fuegos artificiales para conmemorar la fiesta nacional. A lo lejos, a pesar de que la zona acordonada está cubierta con lonas blancas para ocultar la visión, asoma la parte alta de la bestia, el camión blanco que se llevó por delante más de 80 vidas y dejó maltrechas más de un centenar. El vehículo todavía permanece donde se paró tras recorrer, a las órdenes de un terrorista, dos kilómetros que sembró de muertos. La policía científica lo escudriña de arriba a abajo.

Al principio, la lona blanca molesta, de tan eficaz que resulta para ocultarlo todo. Pero luego, especialmente a medida que uno va hablando con testigos supervivientes, casi se agradece. Porque a Gilles, un gendarme de 50 años nacido en Niza, casi se le escapan las lágrimas: "Oía el crujir de huesos al paso del camión". Porque Sofía, española que con 19 años estudia francés en la localidad de la costa azul, también le cuesta controlar la emoción: "Las madres dejaban tirados los carritos de los bebés después de cogerlos en brazos y salir corriendo". Porque Marion, francesa de 23 años, casi fue pisoteada por una multitud enloquecida, con motivo, que huía en estampida. Por todas estas escenas es casi mejor no ver qué hay tras las lonas blancas. Con escuchar e imaginar, basta.

La turística y lujosa ciudad ha amanecido en silencio. Está callada, mustia, dolorida. Lo corroboran los que la conocen y saben de su algarabía en verano. Hoy es distinto. Hay turistas que no han esperado y, al despuntar el día, se han marchado de la ciudad deprisa y corriendo.

Nadie levanta la voz y los bañistas, como si meterse en el agua o disfrutar del sol fuera un sacrilegio, se decantan por acercarse a la zona de la masacre. Se apostan en los alrededores, en silencio. Simplemente, están. Miran, suspiran, lloran. Muchos llevan flores. Otros escriben notas. Nombres sobre piedras y peluches. Velas. Banderas. Dos zapatos distintos que, por diminutos, se deduce que salieron disparados de los pies de algún niño en el momento de locura.

LA MARSELLESA

Poco a poco, las ofrendas se van incrementando y se amontonan con cierto orden. Y, de repente, las notas de la Marsellesa atronan en el paseo. Proceden del restaurante Balthazar, donde sus empleados han encontrado en las notas del himno francés su forma particular de lamento. Emociona.

Como el restaurante Balthazar, muchos tienen sus puertas abiertas pero como si no las tuvieran. No se trabaja. Los empleados, con caras de haber pasado una noche larga, deambulan, como saliendo del shock. "Necesitamos tiempo", resume un taxista de la ciudad tras explicar que todos sus colegas trabajaron toda la noche sacando a gente de la zona sin bajar la bandera. Los hoteles abrieron sus halls y los ciudadanos, sus casas.

Gilles Feillant, un policía de Niza que estaba con su familia viendo los fuegos artificiales, reconoce que en 30 años de profesión nunca había visto nada igual. "Cuando vi el camión y oí los gritos pense que se le habían estropeado los frenos", explica aún anonadado. No fueron muy conscientes de lo sucedido hasta llegar a su casa, en la parte antigua de la ciudad. "Atendimos a una turista bielorrusa que casi no podía ni articular palabra y temblaba como una hoja", rememora el gendarme que, junto a su familia, se limitó a salir corriendo de la zona.

La plaza Masséna, uno de los puntos neurálgicos de la ciudad, no es la de siempre. Apostados a la sombra están Maraston Marcello, italiano de 84 años pero residente en Niza, y Facciado Acuret, francés de 32. Constatan la estampida de turistas esta mañana. "Tenemos amigos en hoteles que nos han comentado que muchos turistas se han marchado y,  los que aún no habían venido, han cancelado sus reservas", apunta Maraston para hacer hincapié en que, en comparación con un día normal, no hay gente en las calles y en los jardines.

No ha habido playa, hoy, en Niza. Tampoco habrá esta noche conciertos de jazz ni sonará la voz de Rihana. Todo está suspendido.