"El camión daba volantazos para matar al mayor número de gente"

Una pareja hispano-estadounidense narra su experiencia durante el atentado en Niza

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Llevaban años preparando el viaje, varios meses de recorrido por Europa para visitar a amigos y perderse por el continente antes de volver a Estados Unidos y decidir si ha llegado la hora de jubilarse definitivamente. “Hoy es el día Nacional de Francia”, escribió Kevie Gomar en su página de Facebook pocas horas antes del atentado. “Hemos decidido renunciar a Mónaco y Cannes para aprenderlo todo sobre Niza. Esta noche habrá grandiosos fuegos artificiales. Hemos reservado para cenar en una terraza. Dicen que el pescado es aquí excelente”. Pocos después de las 22.30 callaron los fuegos artificiales y oyeron ruidos, gente que gritaba y disparos y más disparos. Después de unos minutos eternos, el eslálom homicida del camión blanco se detuvo a los pies de su restaurante.

Los Gomar habían reservado en el restaurante del Hotel Hyatt, situado en el mismo edificio del histórico Casino Palais de la Méditerranée, que se asoma al Paseo de los Ingleses, donde miles de personas se habían concentrado para ver los fuegos artificiales. Como buen valenciano, Alfonso Gomar, el marido de Kevie, prestó atención al castillo y escuchó la orquesta que amenizó la espera a la orilla del mar. Ya dentro del comedor, escucharon gritos histéricos y barullo. Confundidos, subieron a la terraza a ver qué pasaba. “Había humo y la gente corría por el paseo apretujándose. Había tanta gente como un día de Fallas en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia”, cuenta en una entrevista telefónica. “Luego empezaron los tiros y la gente se tiró al suelo. ‘Cuerpo abajo’, grité y tuve que ayudar a un hombre que se quedó petrificado en estado de shock”.

El camión conducido por un tunecino de 31 años y afincado en Francia desde el 2005 condujo junto al Paseo de los Ingleses durante casi dos kilómetros atropellando a las hordas viandantes. “Iba dando volantazos de derecha a izquierda para matar al mayor número de personas. Fue horrible, horrible”, cuenta Gomar, un médico español que vive en en EEUU desde hace más de tres décadas. “La policía corría detrás disparando al camión. Muy cerca de nuestro hotel, el conductor salió de la cabina y corrió hacia un restaurante. Fue entonces cuando la policía lo mató”.

Tras la persecución, los Gomar volvieron a asomarse y vieron decenas de cuerpos tirados en la calzada. Muchos heridos, otros muertos. Apilados algunos como sacos.  A su alrededor todo eran lágrimas, histeria y rostros perplejos en estado de shock. “Claro que nos sentimos amenazados porque el camión se paró al lado del hotel. Corrieron los rumores de que el ataque tenía varios focos en otros puntos de la ciudad. Nadie sabía si iba a haber otro ataque”, recuerda Kevie. “La suerte que tuvimos es que no era un camión bomba porque si no hubiera volado nuestro hotel”.

La policía cerró las entradas al establecimiento y, según el relato de los Gomar, peinó toda la zona pidiendo la documentación a algunos viandantes y buscando a posibles cómplices del atentado. En el hotel les dieron mantas y los empleados les dejaron sus celulares para llamar a casa. Cerca de las 3 de la mañana, la policía los escoltó para que cogieran un taxi de vuelta a su hotel. “Esta mañana he tenido un momento de dèja vu de los atentados del 11 de septiembre. Al mirar a mi alrededor, salía el sol, soplaba una suave brisa y los árboles estaban intactos. Pensé que el mundo de Dios continuaba como si nada hubiera pasado. La sangre mancha solamente las manos de un hombre y los corazones rotos se quedan solos”.

Los Gomar irán hoy a rezar a la catedral y después llevarán flores al Paseo de los Ingleses, el que era uno de los más exquisitos escaparates de la Costa Azul, convertido el jueves en un cementerio.