La carrera hacia la Casa Blanca

Clinton y Trump hunden a sus rivales en Nueva York

Hillary Clinton celebra su victoria en las primarias de Nueva York.

Hillary Clinton celebra su victoria en las primarias de Nueva York. / MS/DH/

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Nueva York ha dado a Hillary Clinton y Donald Trump lo que necesitaban y lo ha hecho a lo grande. Con sendas victorias contundentes frente a sus respectivos rivales en las primarias celebradas este martes, la candidata demócrata y el republicano consolidan la condición de favoritos que en las últimas citas electorales habían ensombrecido los avances de Bernie Sanders y Ted Cruz. Con triunfos mayores incluso de lo que predecían sus equipos y las encuestas, aumentan más su ventaja en el número de delegados necesarios para lograr la nominación. Y el explosivo duelo Clinton-Trump en las presidenciales de noviembre cada vez se siente menos como una hipotesis.

Para Trump, nacido en el barrio de Queens y forjado en el mercado inmobiliario y mediático neoyorquino, la abrumadora victoria en casa es absolutamente relevante. Los sólidos resultados (con el 98% del escrutinio llevaba el 60,5% de los votos) le garantizan prácticamente los 95 delegados que estaban en juego en Nueva York y le convierten ya en el único republicano con opciones de sumar los 1.237 necesarios, una cifra ya inalcanzable para Ted Cruz y John Kasich.  "No queda mucha carrera. El senador Cruz está prácticamente eliminado matemáticamente", ha dicho el propio Trump en su discurso de celebración en la torre que lleva su nombre en la Quinta Avenida, donde se ha mostrado menos exaltado y ha tratado de presentarse más presidencial que en ocasiones anteriores.

El triunfo de Trump en Nueva York es cuestión de números y matemáticas electorales y le ha servido para alejar el fantasma de una convención abierta o, al menos, para recordar al aparato del partido y a Cruz que deben respetar la voluntad de los votantes y no usar tretas de un sistema que Trump denuncia como "amañado". Pero la victoria representa, también, algo más etéreo. Permitiéndole recuperarse tras el bache de errores y problemas de mensaje e imagen que culminaron en un revés en Wisconsin, es también la reivindación de una candidatura que lanzó justamente en esa misma Torre Trump en junio y que casi nadie creyó que llegaría tan lejos. 

Aunque el más moderado Cruz le ha hecho sombra en zonas como Manhattan, Trump ha recabado en Nueva York el apoyo de la mayoría de todos los bloques de votantes republicanos, sin importar edad, género, raza ni nivel educativo y de ingresos. Y con su equipo reforzado y buenas perspectivas en las citas electorales que quedan hasta el 7 de junio, Trump ha empezado a exhibir más control. En el discurso en Nueva York no ha habido insultos y sí foco en la creación de empleo o los pactos comerciales, un mensaje claramente dirigido a los votantes de los cinco estados del este que votan el próximo martes (Pensilvania, Connecticut, Delaware, Maryland y Rhode Island). Esta vez tampoco ha ofrecido una de sus ruedas de prensa. 

También para Hillary Clinton ha sido trascendente y "personal" la victoria en Nueva York, el estado en que abrió su carrera política tras desempeñar el papel de primera dama primero en Arkansas y luego en la Casa Blanca y por el que fue senadora ocho años. Se ha volcado como en pocos otros sitios en la campaña, mostrando su lado más personal y desenfadado, jugando a dominó en East Harlem, bailando merengue con hispanos en Washington Heights o comiendo helado en el East Village. Y el esfuerzo y los lazos con la comunidad han dado fruto.

Como en 2008, cuando ganó a Barack Obama en las primarias neoyorquinas por 17 puntos, este martes ha logrado un contudente resultado frente a Bernie Sanders (casi el 58% de los votos frente al 42% del senador de Vermont), apoyada en grandes resultados con bloques de votantes como las mujeres y los negros (mientras que Sanders ha seguido mostrando su fuerza con hombres y menores de 45 años). Pero, a diferencia de lo que pasó hace ocho años, esta vez ella es la clara favorita para hacerse con la nominación del partido en la convención este verano.

Clinton, que lleva una ventaja de más de 200 delegados en la carrera con Sanders y en Nueva York ha sumado la gran mayoría de los 247 en juego, se resiste a dar esa nominación por segura para evitar volver a ser vista como arrogante. No realiza, como sí hacen muchos de sus seguidores, llamadas a Sanders para que tire la toalla. Y aunque ha usado su discurso en un hotel de Manhattan para lanzar dardos a su rival ("no basta con diagnosticar los problemas, hay que explicar también cómo resolverlos") también ha empezado a llamar a los votantes del senador con frases como "hay mucho más que nos une de lo que nos divide". Su vista está claramente puesta en noviembre y en los republicanos, especialmente en Trump y Cruz, a los que ha acusado de "estar impulsando una visión para el país que es divisiva y francamente peligrosa".