Siria, cinco años de vergüenza

Lo que empezó como una nueva primavera árabe ha derivado en una carnicería

Rescate de una víctima de los bombardeos en Aleppo, SIria.

Rescate de una víctima de los bombardeos en Aleppo, SIria. / periodico

RAMÓN LOBO

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Han pasado cinco años de las manifestaciones contra el régimen de Basar el Asad en Deraa, al sur de Siria. Lo que pareció el comienzo de una primavera árabe ha resultado ser una carnicería. Es difícil saber la cifra exacta de muertos porque hasta contar difuntos confunde y cansa: ¿250.000, 300.000, más de 350.000? Han pasado 60 meses -16 más que el cerco de Sarajevo, el último Nunca Más- y prosiguen las declaraciones pomposas de los líderes mundiales, las cumbres inútiles, las conferencias de donantes y los altos el fuego. El tiempo de los vivos que deciden tiene poco que ver con el tiempo de los vivos que sufren y mueren.

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Esta pasividad cómplice se repite en cada guerra; también en Darfur, y ahora en Sudán del Sur, el nuevo centro de las violaciones de mujeresSudán del Sur. Se echan en falta jefes de Gobierno valientes que digan: no sabemos qué hacer. Dentro de esta parálisis, que es real, bulle una actividad paralela, un plan preciso; parte de ese plan son las ventas de armas y municiones, en este caso a Arabia Saudí, armas que matan civiles en Siria Yemen sin derecho a foto, sin derecho a rabia. El niño Aylán Kurdi nos cogió desprevenidos, pero hemos aprendido la lección y desarrollado contrapesos; está la Nochevieja de Colonia, unos incidentes nunca aclarados del todo.

Han pasado cinco años y más de la mitad de la población siria ha dejado su casa: son desplazados o refugiados en los países límites; hablamos de cerca de doce millones de personas. Entre ellos habrá combatientes, gentes que empuñaron las armas por pasión o para defenderse, pero la inmensa mayoría son víctimas de todas las armas y bandos, sobre todo lo son de los barriles explosivos que lanza el régimen. Entre ellos hay abogados, médicos, actores, músicos, entrenadores de fútbol.

Sesenta meses después, en Siria combaten una treintena de grupos, además de Asad y su Ejército ahora reforzados por la aviación rusa. La mayoría son salafistas, apenas quedan moderados, incluidos los del llamado Ejército Libre de Siria, que al principio fueron lanzados contra el régimen sin ofrecerles los medios militares necesarios para derrocarlo. Hoy, este grupo se encuentra atomizado; cada comandante zonal es una corriente ideológica. La radicalización es tal que el Frente Al Nusra, la sucursal de Al Qaeda en Siria, nos parece moderado. Todo el mal se concentra en Daesh, incluida la propaganda.

Han perdido los miles de jóvenes urbanos que soñaban con una democracia, y que eran activos en las redes sociales y en la denuncia del régimen. Eran como los primeros ocupantes de la plaza Tahrir en Cairo, borrados después por un doble vendaval: los Hermanos Musulmanes y el Ejército, que recuperó el ejercicio visible de su poder absoluto con el apoyo de EEUUEuropa Israel.

El problema de Siria es que no había plan más allá de dar armas al Ejército Libre de Siria, como no hay en Irak, ni cuando se invadió en marzo del 2003 ni cuando Obama retiró las tropas. Tampoco existe en Afganistán ni en el norte de Pakistán, más allá de pretender que se hace algo. También nos hemos cansado de contar los muertos de los drones, las víctimas colaterales que generan nuevos odios que lubrican una espiral en la que solo ganan los fabricantes de armas y odio.

Si en tierra hay más de treinta grupos, en el aire se acumulan los países que bombardean sin saber bien qué pretenden bombardear y a quién desean beneficiar. El único que sabe lo que hace es Vladimir Putin.

La tragedia se mantuvo con sordina hasta este verano: decenas de miles de refugiados se lanzaron en masa hacia Alemania y Suecia, sus dos destinos preferidos. Quizá hubo juego táctico por parte de Turquía, que  ha sacado rédito al doble juego, pero sobre todo hay cansancio de tener esperanza de regresar a Siria. 

El debate político se movió entre el Welcome Refugees y el Go Home de los grupos de extrema derecha y de Gobiernos xenófobos como el de Hungría. Los líderes de la UE, cada uno con su propia cobardía a cuestas y sus cálculos electorales, han claudicado no solo de sus deberes legales ante los demandantes de asilo sino en algo esencial: de los principios en los que se fundamenta la UE, el Estado de Derecho y la democracia. ¿Seguimos aún entre los que pretenden dar lecciones de ética?   

Debajo de todo este debate bulle una islamofobia evidente. Parte del trabajo es enseñarles a respetar unas normas de convivencia que nos permitan vivir juntos. Pero antes de empezar a dar clases deberíamos refrescarnos algunas lecciones básicas de tolerancia.