LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA

Los republicanos moderados plantan cara

Jeb Bush y Marco Rubio, en el debate del sábado.

Jeb Bush y Marco Rubio, en el debate del sábado. / AP / DAVID GOLDMAN

IDOYA NOAIN

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Si no hubiera tenido lugar el debate del sábado por la noche en el Saint Anselm College de Goffstown (Nuevo Hampshire), Kim Kerns no habría tenido duda de a quién votar el martes en las primarias del estado. Su apuesta era Marco Rubio, el senador de Florida de 44 años cuyo tercer puesto en los caucus de Iowa le catapultó hacia la condición de favorito para unificar al aparato del Partido Republicano frente al embiste ‘outsider’ de Donald Trump y el ultra de Ted Cruz. Pero el debate sucedió. Vaya si sucedió. Y Kerns, que ayer acudió a un 'town hall' (debate del candidato con la población local) de Rubio en el instituto de Londonderry donde es profesora,  reconocía que ha pasado a formar parte de la especie que ha hecho famoso políticamente al estado de granito: el votante indeciso.

“Fue terrible, lamentable, hasta triste”, decía la mujer buscando adjetivos para la actuación de Rubio en el debate, un espectáculo difícil de ver en el que el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, se lanzó como un perro de pelea a la yugular de la joven promesa, precisamente por su falta de experiencia.

IMÁGEN MECÁNICA

Por si el brutal y constante ataque no fuera suficiente, el propio Rubio se golpeó a sí mismo. Sin capacidad de reacción, repitiendo hasta cuatro veces una frase enlatada contra Barack Obama como respuesta a las críticas, parecía, como dijeron Kerns y la inmensa mayoría de los analistas, “un robot”. Lo peor no es que diera una imagen mecánica, es que entró en cortocircuito.

Que no se pueda recuperar a tiempo --y no parece que lo pueda hacer después de verle ayer repetir una vez más en Londonderry su tradicional discurso de campaña como si la sangría no hubiera sucedido--es la esperanza no solo de Christie, sino también de un resucitado Jeb Bush (que embistió pero con menos fuerza) y de John Kasich (el gobernador de Ohio, que optó por vender sus propios logros). Y es también la esperanza del aparato del Partido Republicano por seguir manteniendo la formación de Reagan en un espectro dominado por la moderación, sin dejar que se le escape el control bajo Trump o que se escore a la derecha bajo Rubio, un senador que pese a no ser tan extremo como Cruz también llegó al poder aupado por el Tea Party. Rubio mantiene posiciones radicales en temas sociales como el derecho al aborto (que Rubio no reconoce ni en caso de incesto, violación o peligro para la vida de la madre) o el matrimonio gay.

CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE

“No me sorprendió el debate porque para Christie, Bush y Kasich, Nuevo Hampshire es cuestión de vida o muerte”, decía en Londonderry William Leonhood, un seguidor de Rubio que se mantiene fiel a su apuesta. “Sigo pensando que él es el único que puede unificar al partido”.

Quizá Leonhood tenga razón, pero difícilmente pueda comprobarlo el martes. El potencial descalabro de Rubio, que se ha precipitado haciendo campaña como si ya fuera el nominado contra Hillary Clinton obviando la vital lucha intestina por la que hay pasar, apunta con dividir el voto moderado entre el trío de gobernadores (aunque Bush sea ex de Florida), que están luchando descarnadamente en su Alamo particular de moderación y ‘establishment’. Y eso da alas a Trump, que pudo haber quedado segundo en Iowa pero es claro favorito en Nuevo Hampshire y que, pese a recibir algún golpe de Bush, salió prácticamente ileso del debate.

En las últimas décadas nadie que no ha ganado Iowa o Nuevo Hampshire ha llegado a la presidencia (salvo Bill Clinton, que quedó segundo aquí en 1992 pero en un retorno inesperado en medio del escándalo por sus devaneos con Gennifer Flowers). En esta apasionante campaña del 2016, no obstante, muchas verdades históricas se están haciendo añicos. Y difícilmente después del martes se podrá apostar por un ganador.