CRISIS MIGRATORIA EN ALEMANIA

Tempelhof, el aeropuerto de los refugiados

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CARLES PLANAS BOU / BERLÍN

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El septiembre del año pasado el aeropuerto berlinés de Tempelhof lucía una espectacular y colorida imagen. Este emblemático lugar de la capital de Alemania acogía por primera vez el festival de música Lollapalooza. La desenfrenada psicodelia de las guitarras eléctricas de Tame Impala y el bombo sofisticado de Fatboy Slim dieron vida a las miles de personas que se congregaron en las antiguas pistas de aterrizaje. Cuatro meses más tarde, el aeropuerto se ha teñido de un ambiente mucho más triste y silencioso. Ahora es la casa de los refugiados.

Berlín está teñida de blanco y el frío es cada vez más agudo. Por los alrededores del aeródromo los refugiados se mezclan entre los locales y turistas. Van bien abrigados y algunos cargan bolsas con comidas y ficheros con documentos. Frente al hangar número cuatro dos chicos se lanzan bolas de nieve entre sonrisas. “Salam alecum”, les saluda otro joven que pasea con un te caliente entre las manos. Aquí no ha llegado la ola de malestar por el escándalo de Colonia. En las puertas dos simpáticos guardias revisan a los que entran y salen. Los refugiados que viven en el aeródromo están registrados y cuentan con un carnet que detecta su imagen, edad, nombre, origen y raza. Todo está controlado.

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Los inmensos bloques de hormigón que levantan el aeropuerto y sus racionalistas ventanas hacen entender que una vez este fue el megalómano proyecto arquitectónico de Hitler, que pretendía remodelar el aeródromo. Paradójicamente, estas paredes acogen hoy a 2600 personas. Muchas se pasean por la antigua terminal con chanclas, bebiendo té y atentas a sus móviles. Desbordadas por la incesante llegada de exiliados, las autoridades berlinesas abrieron las puertas de Tempelhof como un recurso provisional e instalaron cubículos para albergar a las familias en los que conviven hasta 12 personas. “Tan solo disponen de 2,5 metros cuadrados por persona, por eso ahora trabajamos para que tengan más espacio”, nos cuenta Maria Kipp, trabajadora de los servicios sociales. Actualmente hay tres hangares activos, pero se ampliarán hasta cinco para que el próximo marzo se pueda albergar a 4600 personas.

DESBORDAMIENTO Y PRESIÓN POLÍTICA

Cuando a finales de octubre se adaptó Tempelhof a los refugiados la idea era acoger a 700 personas para que permanecieran menos de una semana en el aeropuerto hasta poder encontrar otro sitio. Pronto se vio que el plan inicial había fracasado. Alrededor del 80% de los que duermen bajo este techo llegaron hace tres meses y se han quedado atrapados en el aeródromo ante la falta de alternativas y recursos. La capital está superando con creces su cuota de acogida de refugiados establecida en un 5%. Mientras tanto la tensión política para endurecer la posición de Alemania también se repercute. “Cada vez tenemos más presión para que no se estén tanto tiempo aquí”, remarca Kipp.

Son las tres de la tarde y la muchos adultos no están en el aeropuerto. Mientras los voluntarios distraen a los más pequeños, los mayores aprovechan para hacer todo el papeleo necesario, inscribirse en el registro y ponerse en la larga cola de espera para solicitar el asilo. Hay hasta 950 menores en el aeropuerto y tan solo 200 de ellos ya van a la escuela. Un grupo de unos 20 críos se divierte con pelotas y juegan a saltar la cuerda, ajenos a su realidad. “Hallo, hallo”, saluda un niño de unos cuatro años mientras juega con nuestra cámara fotográfica.

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Los voluntarios y trabajadores sociales aseguran que la situación se está desbordando. Mantener Tempelhof abierto es muy caro y, a pesar de la contribución del Gobierno, se mantiene gracias a las aportaciones privadas y a la voluntad de alemanes que colaboran. Más allá de sus cubículos, cocinas, duchas portátiles y salones de descanso también se necesita apoyo psicológico y médico. Especial atención se dedica a las mujeres, a quienes se ha reservado una habitación con actividades específicas. “Si las aislamos de los hombres, su marido o hijos, es más fácil que se abran y poder conocer sus problemas y ayudarlas”, asegura Kipp.

A LA ESPERA DEL PERMISO

La mayoría de los 2600 refugiados que viven aquí son árabes, persas y pastunes que vienen de Siria e Irak y que han fueron enviados en bus al corazón de Alemania desde Passau, la primera ciudad en la frontera sur. Están agradecidos por la acogida alemana pero les inquieta la creciente tensión social que se vive en el país. Esperan recibir el permiso de asilo, buscar un trabajo, un piso y empezar su nueva vida valiéndose por ellos mismos. Mientras tanto, Tempelhof hace que el gélido invierno berlinés sea un poco más esperanzador.