MASACRE EN PARÍS

¿Qué piensan los franceses de una reforma que puede limitar su libertad?

París, adalid de la de los derechos humanos, vive resignada bajo el influjo del control policial

Un soldado francés ante una pantalla de control en una base militar del golfo Pérsico, este martes.

Un soldado francés ante una pantalla de control en una base militar del golfo Pérsico, este martes. / periodico

CARLOS MÁRQUEZ / PARÍS (ENVIADO ESPECIAL)

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En el cuadro de Delacroix ‘la libertad guiando al pueblo’ puede verse a un campesino con una espada, un burgués con una escopeta y un adolescente con dos pistolas. En el arte sucede que nada es gratuito, que todo tiene una explicación. El pintor, en aquel 1830 en el que Carlos X quiso dejar de ser rey para convertirse en dios, pretendía ilustrar que los franceses, sean de la condición que sean, tienen todos muy clara una cosa: no les gusta que les digan lo que puede o no pueden hacer. ¿Cómo se han tomado entonces que la policía tome las calles, que registren sus bolsas en los comercios, que el ejército pasee con armas automáticas o que el gobierno quiera instalar detectores de metales en el metro? Podría producirse un choque entre el adalid de la ‘liberté’, los derechos de los ciudadanos y la necesidad de proteger a la población.

Antoine es un estudiante de comunicación de 21 años. Pasea con unos amigos por la Republique y no le incomoda estar rodeado de policía. “Somos los inventores de la libertad y ellos representan la seguridad de nuestro país. Están aquí para garantizar que no la perdamos”.

El operativo no le parece exagerado, aunque sí pone sobre la mesa la arbitrariedad del dispositivo, ya que ha quedado demostrado que los terroristas pueden atacar en cualquier lugar porque lo único que buscan son vidas humanas que llevarse por delante.

Sondeada una decena de personas, la sensación que queda es que la opinión viene condicionada por el nivel de apoyo al gobierno de Hollande. No hay fisura en el aplauso a la Gendarmerie o al ejército. Aquí no tienen una dictadura reciente, abuelos que corrieron frente a los uniformados.

En eso, en que las fuerzas de seguridad hacen un buen trabajo, no hay debate. Albert, abogado de 64 años, marcadamente de izquierdas, dice que usar la palabra guerra ha sido una mala idea. Viene a confirmar lo que ya dijo el lunes el exprimer ministro Villepin, que añadió que el objetivo de los malos es “dividir el país y empujarlo a una guerra civil”. El letrado, que pasea cerca del Bataclan con un paraguas que usa como bastón, considera que la invasión de un país debería consultarse con la ciudadanía porque son ellos los que padecerán las consecuencias. Viene a la cabeza la foto de las Azores, con Aznar junto a Bush y Blair, tras bendecir los bombardeos de Irak.

CONTROL CALLEJERO

En París hay 1.100 cámaras callejeras, más otras 10.000 repartidas por el transporte público. Pueden parecer muchas, pero no son tantas si se tiene en cuenta que Scotland Yard tiene instaladas en Londres 75.000 lentes que vigilan todos y cada uno de los movimientos de sus habitantes, fijos u ocasionales.

El presidente firmó un estado de emergencia que revisará el miércoles. Con esta medida, los parisinos pueden ser confinados en sus casas con solo dar la orden. En la capital y sus alrededores se han desplegado 5.000 soldados, con su atuendo campestre, sus armas y todo lo que uno imagina en el vestuario de un militar. “Ha quedado demostrado que por mucho que se vigile, estos locos pueden atacar cuándo sea y dónde sea. Lo único que buscan es matar europeos en las ciudades importantes. El gobierno ya dijo que sabía que esto iba a pasar. ¿Cómo puedes decir eso y quedarte tan tranquilo?”.

Julie es ingeniera y está muy enfadada. No le molesta la policía, pero sí le parece “un gasto un poco inútil”. “Ahora la plaza de la Republique es un fortín. Pero igual a menos de un kilómetro de aquí hay una terraza con 20 personas sentadas y sin vigilancia”. Viene a decir que está muy bien esto de sacar músculo, pero que hace falta ir a la raíz del problema: “Mientras sigamos tirando bombas en Siria y aquello no termine, estamos todos en peligro, haya o no haya ejército en la calle”.

La catalana Alba Gracia, de 30 años, trabaja como diseñadora de moda en París desde hace poco más de un año. Vive cerca de la Republique, no muy lejos del Bataclan. Expone una diferencia importante respecto al atentado de enero en la redacción de Charlie Hebdo: “Entonces había un objetivo claro, pero ahora todos los parisinos creen que podrían ser los siguientes”. “Prefieren la protección absoluta. Tengo compañeras de trabajo que debían volar a Londres pero lo han anulado porque quieren evitar los lugares en los que haya mucha concentración de gente”. Alba estuvo el lunes en un festival de cine, en un recinto habilitado para 4.000 personas. Explica que nadie se quejó, que todo el mundo abría su bolso y permitía que el policía metiera su mano en el interior.

¿POR QUÉ SOLO PARÍS?

Puede testimoniar hasta qué punto los parisinos son patriotas. Pero también son responsables de sus actos, algo que, relata, les hace preguntarse por qué el terrorismo consigue atacar su ciudad dos veces en un mismo año. “No entienden por qué en París es más fácil que en Berlín o en Londres”.

Lo de ser puntas de lanza de la libertad no se lo va a quitar nadie. La mayoría de mensajes depositados en los altares callejeros subrayan la palabra ‘liberté’ por encima de las demás. Pero hay miedo, desconfianza en el metro. Miradas constantes y reacciones de pasmo ante ruidos inesperados. “Solo hay que comparar con la semana pasada. Esto no pasaba. Y además hay que tener cuidado con la comunidad musulmana, porque por la ciudad ya están apareciendo grafitis en su contra”, concluye Alba. Aunque está la otra versión, de cómo un joven musulmán recibía abrazos y besos en la Republique. Como en todas partes, en París también hay gente para todo.