De discípulo a Judas

Marco Rubio, delfín de Jeb Bush, se ha convertido en el rival más amargo del exgobernador de Florida

Candidato 8 Marco Rubio, en New Hampshire.

Candidato 8 Marco Rubio, en New Hampshire.

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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En el 2006, cuando con 35 años Marco Rubio fue investido speaker de la legislatura estatal de Florida, el entonces gobernadorJeb Bush, insistió en organizar una ceremonia, con espada incluida, haciendo simbólicamente caballero al hijo de inmigrantes cubanos, ordenándolo «gran guerrero conservador».

Hoy, las espadas están en alto, pero enfrentadas. El mentor y un protegido que en el 2010 esperó a presentarse a senador por lealtad y deferencia hasta que no se supiera si Bush intentaría obtener ese escaño compiten por lograr la nominación presidencial del Partido Republicano, por donantes y apoyos -de los votantes y del aparato del partido-. Lo que fue amistad y alianza desde que en 1998 Bush conoció al entonces aspirante a un puesto municipal en West Miami y le donó 50 dólares adquiere tintes de drama shakesperiano, «emocionalmente difícil de aceptar» para veteranos del partido como Al Cardenas. Y no parece tener marcha atrás. En el equipo del exgobernador, según Politico, incluso se llama «Judas» al antiguo discípulo.

Públicamente, Rubio ha insistido en mostrar «tremendo afecto y admiración por Jeb» y Bush en definir al senador como «un político dotado» que sigue siendo su «amigo» y ocupando «un lugar especial» en su corazón, pero cada vez saltan más chispas y se evidencia más tensión. Se vio en el tercer debate, cuando Bush denunció a Rubio por dejar de ir al Senado para hacer campaña y el tiro le salió por la culata. De hecho, permitió a Rubio pintarle como un títere de estrategas que ven el ataque como único camino de salvación de una campaña en aprietos.

No iba desencaminado. Poco después del debate se filtró un documento de 112 páginas en que el equipo del hijo y hermano de presidentes preparó una larga lista de puntos de ataque a quien fue delfín. Entre ellos figuraba decir que «no tiene logros». Se le llegaba a definir como un «Barack Obama del Grand Old Party». Y aunque Bush asegura que no ha leído el documento, esos mensajes están en sus mítines.

De cara a los donantes, el documento hablaba de Rubio como «una apuesta arriesgada». Para hacerlo, mencionaba su probado mal uso de tarjetas de crédito del partido, sus dificultades para mantener las finanzas personales o, crípticamente y sin dar detalles concretos, algo turbio que supuestamente habría descubierto el equipo de Mitt Romney cuando lo consideró como candidato a vicepresidente.

Dura carrera por el dinero

Esa estrategia tampoco está dando muchos de los frutos deseados. Hace solo unos días Paul Singer, un multimillonario neoyorquino y uno de los donantes más buscados por los republicanos, eligió a Rubio sobre Bush, potencialmente animando a otros a hacer lo mismo y dando un impulso al joven en una cruenta carrera por el dinero. Además, este fin de semana Rubio ha hecho públicas algunas de las cuentas de sus tarjetas y, al menos de momento, no hay escándalo.

Hay quien ve en el 2010 el origen de todo. Una vez que Bush decidió no presentarse al Senado, Rubio lo hizo. Su mentor le apoyó cuando estuvo a punto de tirar la toalla y le asesoró, pero tardó meses en darle su apoyo en público. Rubio acabó ganando y entonces, según le decía a The New York Times un amigo, Norman Braman, «se dio cuenta de que no necesitaba a Bush». «Ganar aquel escaño le llevó a darse cuenta de que no necesita permiso», explicó otro colaborador. «Si quieres algo ve a por ello. No hay orden jerárquico. No hay que hacer cola». Dicho y hecho.