La grieta argentina

Las discusiones sobre el Gobierno de Kirchner han sido tan intensas que han provocado rupturas de todo tipo de relaciones

ABEL GILBERT / BUENOS AIRES

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La mesa, lo que sucede a su alrededor, suele ser una suerte de mapa emocional de los argentinos, del cual las publicidades han abusado. El lugar de encuentro familiar, el café con los amigos, hasta altas horas de la noche, pero también el territorio donde se dirimen las grandes discusiones. La era kirchnerista dibujó férreas coordenadas en la que predomina la exageración y la hipérbole: de un lado y otro se sentaron adhesiones y rechazos.

Hasta Mirtha Legrand, la octogenaria diva de las cenas y almuerzos televisivos, convirtió su velada en una trinchera. Legrand, tan amable en los años 70 con el exgeneral Jorge Videla, no pudo, una noche, contener su ira y frente a los comensales, por lo general políticos, artistas y personajes de la farándula, dijo que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner era nada menos que una «dictadura». El actor Federico Luppi la calificó de ignorante.

«Durante 10 años, la consolidación del poder se fundó sobre la lógica de la construcción de un enemigo útil: el campo, los medios de comunicación, los intelectuales. Y en ese mismo gesto de fragmentación, una Argentina binaria adquirió su fuerza», razonó la diputada Gabriela Seijo.

Se ha hablado de «batalla cultural» y, sobre todo, de «grieta». La imagen de la grieta pertenece al periodista Jorge Lanata quien, al calor de las pasiones, dejó de ser uno de los principales impugnadores del Grupo Clarín, el principal enemigo del Gobierno, para convertirse en el rostro más iracundo del principal conglomerado mediático de Argentina.

La grieta se advierte en la calle, en la cola de un banco, en el transporte. De repente, alguien impreca: «Esa yegua, ojalá que se…», dice, convencido o convencida que su sentimiento es compartido pero que quizá reciba un insulto o le doblen la apuesta en la invectiva. Ciertos analistas suponen que este abismo es ajeno a los sectores más despolitizados. «Creemos que lo que se observa es, en efecto, la existencia de un cisma profundo a nivel de las élites nacionales», se señala en la revista digital Artepolítica.

La grieta es una situación de cuerpo presente (con multitudes en las calles, a favor o en contra del Gobierno) y a la vez virtual: los foros de los diarios y las redes sociales se convirtieron en su mejor representación. Una suerte de depósito donde se vierten todo aquello que el espacio público no admitiría. Proliferan en twitter las cuentas falsas de Lionel Messi (hasta 10 se han contabilizado) o las de Marcelo Tinelli, el presentador televisivo más popular de Argentina, en las que se habla, con igual vehemencia, a favor o contra el Gobierno.

Las malas políticas

«Los Kirchner y sus acólitos se han llevado puesto el país para construir un aparato de poder y de exacción de riqueza omnímodo, destruyendo en el camino la convivencia social, las reglas de juego y hasta el valor de la palabra, pero lo que se les reprocha son las malas políticas. Nos clavan un cuchillo y nos quejamos de la hoja oxidada», señaló en La Nación el columnista Héctor Guyot, a una semana de las elecciones presidenciales.

Las respuestas del otro lado son a veces simétricas. « «Hay mucho cacerolero que en realidad defiende a represores, falsos progresistas que confluyen en las propuestas neoliberales que, pese a que han servido de plataforma ideológica de las dictaduras, se arrogan descaradamente la propiedad del espíritu democrático y de las instituciones republicanas», escribió Luis Bruschtein, columnista de Página 12.

No faltan los que creen que, después del 10 de diciembre, la grieta será reparada por acto de magia. Abundan los que piensan que las pasiones no se atenuarán.