la otra guarida de la yihad

Mali: Una excusa y también un negocio

BEATRIZ MESA

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una especie de detonación sorda y pesada sacudió el suelo del restaurante La Terrase, el pasado 7 de marzo, en pleno corazón de Mali, y en uno de los lugares más frecuentados por europeos. Por primera vez en la historia del país, un grupo de cuatro hombres armados atentó en Bamako, cambiando para mucho tiempo la situación de la seguridad en la capital. Dos europeos y tres malienses murieron. No hubo mártires en nombre de Alá porque tampoco existía esa intención suicida. «Los terroristas huyeron enseguida dejando tras de sí una operación desastrosa, por suerte. Abrieron fuego indiscriminadamente para asesinar al mayor número de blancos pero les salió mal. Fue un acto de venganza contra Francia después de que sus agentes mataran en diciembre a un aliado de Mojtar Belmojtar [uno de los líderes de la yihad en el norte de Mali, aunque su principal ocupación es el contrabando] con el que se estuvo negociando para la puesta en libertad del rehén francés Serge Lazaveric», aseguraron a este diario fuentes de la inteligencia militar occidental en Bamako.

El pseudoterrorista Mojtar Belmojtar, que lidera una de las ramas más violentas de la organización de Al Mourabitum, reivindicó el ataque, volviendo a desafiar al mundo tras protagonizar el sanguinario atentado en una planta de gas en el sur de Argelia en febrero del 2013. Mojtar y sus correligionarios, tras el despliegue de la operación francesa Serval en el norte de Mali -que consiguió expulsar del territorio a los yihadistas de las principales ciudades de Kidal, Gao y Tumbuctú- han hallado  nuevos argumentos para alistar en sus filas a individuos del norte contra el invasor. Pero este discurso del combate contra el infiel o impío cada vez se sostiene menos, teniendo en cuenta que la región de Azawad no es tierra que llame a la yihad, sino al crimen organizado.

«El norte de Mali es un territorio donde se mueven grupos de narcotraficantes, personas y armas. Lo que viene a ser un lugar propicio y fértil para el crimen organizado, y a este fenómeno se adscriben los terroristas de la región sirviéndose del recurso de la yihad para federar a musulmanes en favor de objetivos económicos. Si antes utilizaban las rutas para el comercio del cereal u otros productos, ahora esas rutas se usan para las drogas, que constituyen una principal fuente de financiación de estos grupos que trabajan en el marco de una red internacional con bases en América Latina, de donde procede buena parte de la mercancía», afirma Pedro Baños, experto en geopolítica.

Desde la irrupción en los años 90 en el norte de Mali de las katibas (bastiones) de Al Qaeda -organización a la que se adhirieron los argelinos contrabandistas para ganar resonancia mediática- el norte del país saheliano ha pasado a ser un mercado de comercio de todos los productos ilícitos posibles que ha generado una fortuna a pseudoterroristas, a líderes autóctonos y a poderes públicos.

La ausencia del Estado

La economía del delito es el motor económico de una región con más de 800.000 kilómetros cuadrados de territorio. «El Estado nunca estuvo presente y eso allana el camino a los grupos armados para recibir aviones con cocaína o asentarse, adhiriéndose a una lealtad que ni siquiera ellos conocen. No entienden de Califato ni de hadices [versos del Corán]», prosigue Baños. Al Qaeda y sus rivales en la zona, Mujao y Ansar Dine, continúan presentes en el desierto saheliano lanzando operaciones cada semana contras las bases de la misión de Naciones Unidas (Minusma), que en los últimos sietes meses, según fuentes policiales europeas, han sufrido más de 30 ataques con explosiones de minas y lanzamientos de cohetes y obuses.