El legado de Ceaucescu

Una mujer ofrece galletas a los soldados de guardia rumanos que participan en los actos conmemorativos de la revolución, esta semana en Bucarest.

Una mujer ofrece galletas a los soldados de guardia rumanos que participan en los actos conmemorativos de la revolución, esta semana en Bucarest.

BEATRIZ PÉREZ / TIMISOARA

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El año 1989 supuso un antes y un después en Europa. El Telón de Acero se disolvía progresivamente y en noviembre de ese año caía el muro de Berlín. Un mes después, Rumanía protagonizaba una revolución popular que se saldaría el día e Navidad con la ejecución de la pareja de dictadores Nicolae y Elena Ceaucescu, en el poder desde 1965. Acababa de ser derrocada una de las últimas dictaduras comunistas de Europa y con un significativo cambio de guión: por primera vez de manera violenta. Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y la RDA lo habían hecho antes, pero de un modo pacífico.

Veinticinco años después, Rumanía es aún un país con secuelas. Tres millones de personas viven fuera (la llamada diáspora), el número de pensionistas (5,3 millones, según cifras de 2012) supera al de asalariados (4,3) y la existencia de una generación no deseada constituida por unos 25.000 niños que crecieron en orfanatos por la prohibición del aborto durante el comunismo describen a un país con serios problemas estructurales.

UNA DOBLE TRANSICIÓN

Con la revolución del 89, Rumanía abría una doble transición: la democrática (paradójica, ya que se iniciaba tras la ejecución de los Ceaucescu después de un juicio sumarísimo) y la capitalista. No fue fácil. Vladimir Tismaneanu, analista político y profesor en la Universidad de Maryland (EEUU), asegura que «Ion Iliescu [primer presidente de la Rumanía democrática y uno de los protagonistas de la revolución] simbolizó el esfuerzo de los miembros del segundo eslabón del comunismo para preservar su poder económico y político». El actual Partido Socialdemócrata, que lidera Victor Ponta (primer ministro), encarna para muchos un sistema de redes clientelares heredado del socialismo de Ceaucescu. Contra él se movilizó en masa la ciudadanía en las elecciones presidenciales de noviembre, que ganó el liberal Klaus Iohannis.

Según Tismaneanu, fue entre 1997 y el 2000 cuando Rumanía aplicó una política «determinadamente proccidental», que incluyó el apoyo a la OTAN en ex-Yugoslavia. «Pero desafortunadamente se ha hecho poco para asegurar una ruptura radical con el pasado y luchar contra la corrupción», lamenta. Para él, el país adquirió la auténtica consolidación democrática con Traian Basescu (2004-2014), el cuarto presidente. Ayudó la entrada en la Unión Europea en el 2007, que el analista califica como «lo mejor que le ha ocurrido al país en los últimos 500 años».

Pero pese al desarrollo del capitalismo y al crecimiento de la clase media, Rumanía es a día de hoy el segundo país más pobre de la UE y el sueldo medio de sus ciudadanos ronda los 1.600 leu (unos 380 euros).

EL POSCOMUNISMO

El país arrastra las heridas del comunismo, que según Tismaneanu, no pueden separarse de las del poscomunismo, pues tras la revolución se abrió un período en el que se utilizó la violencia para neutralizar a la sociedad civil.

La polémica causada en el 2006 por las conclusiones de la Comisión Presidencial para el Estudio de la Dictadura Comunista en Rumanía (coordinada por Tismaneanu) delata a un sector político interesado en que no salga a la luz ese pasado. «Uno de los mayores detractores de estas conclusiones ha sido Ion Iliescu —cuenta Tismaneanu—. Para algunos el comunismo era la oportunidad de hacer rápidas y seguras carreras».

Según esta comisión, dos millones de personas murieron durante las más de cuatro décadas de dictadura comunista (1945-1989). El primer juicio contra los crímenes del comunismo tuvo lugar el septiembre pasado contra Alexandru Visinescu, comandante de Ramnicu Sarat, una de las prisiones más brutales del país. Para Tismaneanu, el que el presidente Basescu condenara en 2006 la dictadura y pidiera disculpas supuso un momento «catártico» y, esta vez sí, una «irreversible ruptura» con el pasado totalitario.

Tismaneanu explica que existe «cierta tendencia» a presentar a Ceaucescu como un «patriota», mitificación alentada, entre otros, por antiguos oficiales de la Securitate (la policía oficial del régimen). «El antídoto es la abierta confrontación con el pasado —dice—. Durante estos 25 años se han perdido oportunidades, pero el país está a años luz de la traumática sombra de Ceaucescu», dice.

El profesor de Historia Contemporánea en la UAB, Francisco Veiga, también insiste en que «no hay posibilidad alguna» de que vuelva un neocomunismo al país. «Al revés, Rumanía se ha convertido en uno de los aliados más firmes de EEUU en Europa», asegura. En opinión del historiador, si bien su mala situación económica hace medrar el número de nostálgicos del comunismo (garantizaba estudios, trabajo y hogar), esta no es la tónica dominante. Pero si de algo sirvió a Europa la revolución rumana del 89 fue de «preámbulo de lo que después pasaría en los Balcanes», en palabras de Veiga. «Ahí se vio que Europa iba a dos velocidades», añade.