Desafíos de vértigo

ANTONI TRAVERIA

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Dilma Rousseff afronta su segundo mandato con un Brasil mucho menos entusiasta con su gestión. El desgaste es muy significativo. Aécio Neves ha logrado unir a los adversarios tradicionales del lulismo y sumar a un número importante de críticos insatisfechos. Aunque no ha sido suficiente para ganar, esta vez estuvo muy cerca. Las clases medias urbanas habrían debilitado a la izquierda dejando una fotografía de un país partido prácticamente en dos mitades; con más de treinta millones de abstencionistas, dos millones de voto en blanco y más de cinco millones nulos.

Tras la tempestad el sosiego llegó avanzado el rápido escrutinio. Neves reconoció de inmediato su derrota y Rousseff adquirió el firme compromiso de reconciliación y asumió como prioridad el combate contra la corrupción, tal vez el tema que más haya influido en el crecimiento opositor. En octubre de 2010, el candidato de la derecha, José Serra, no llegó al 44% de los votos. Rousseff, superó, en cambio, el 56%: hasta 12 millones de votos de diferencia. Ahora, esa distancia se redujo a un 3%  y a menos de tres millones de votos.

Las descalificaciones

Los 111 días de campaña han supuesto una sobredosis insoportable  de descalificaciones y mentiras. No es en Brasil nuevo, es ya casi una tradición que se repite desde 1989, que los grandes medios se transforman en meros propagandistas de candidatos que no son precisamente amigos de la izquierda. En esta ocasión la revista ultraconservadora Veja se decidió a interferir, acusando a Lula y a Rousseff de ser cómplices de la corrupción en la empresa Petrobras,  sin prueba alguna. Los desafíos que debe enfrentar el renovado ejecutivo son de vértigo. Las proyecciones económicas de los expertos dibujan un escenario muy complejo e incierto. En lo único que coincidieron ambos candidatos es en la necesidad de acometer una profunda reforma de un Congreso inoperante en el que están hoy representados hasta 28 partidos políticos. Rousseff debería pilotar la imprescindible renovación del sistema democrático brasileño. Mientras, Lula tendrá tiempo para decidir si compite o no en 2018.