POLÉMICA EN WASHINGTON
Un servicio demasiado secreto
En un país donde cuatro presidentes han sido asesinados cualquier asalto a la Casa Blanca desata nervios. Si se suman fallos del servicio secreto se pasa a la inquietud. Si es un diario el que explica lo ocurrido incluyendo hechos más graves de los reconocidos por las autoridades se dispara el enfado, y si la actual directora del cuerpo de élite comparece en el Congreso, no arroja luz y crea más dudas lo que se impone es la indignación.
El abanico emocional sacude EEUU desde que se supo que Omar González, un veterano de guerra de 42 años y con trastornos psicológicos, se coló en la Casa Blanca armado con un cuchillo el 19 de septiembre, menos de media hora después de que la familia Obama abandonara la mansión. Los agentes no le pararon en el jardín, ni le lanzaron los perros, ni dispararon, ni cerraron la puerta de la casa en el 1.600 de la avenida Pensilvania.
Esos problemas ayer llevaron a Julia Pierson, directora desde marzo del año pasado de un cuerpo sacudido por escándalos, a reconocer ante el comité de control gubernamental de la Cámara baja que «el plan de seguridad no se ejecutó apropiadamente». «Lo que pasó es inaceptable», dijo tras aceptar «total responsabilidad» y prometer que trabajará «para que nunca suceda otra vez».
Lo inaceptable
Pero el mea culpa es lo que resultó inaceptable para los congresistas, tanto republicanos como demócratas. Pierson hablaba un día después de que, a través de 'The Washington Post', el mundo se enterara de que González no solo había cruzado el pórtico Norte de la Casa Blanca, como había informado el servicio secreto, sino que se adentró mucho más.
Hablaba también solo dos días después de que el 'Post' diera nuevos detalles sobre otro asalto en el 2011, cuando Óscar Ortega-Hernández disparó y alcanzó el ala de la residencia de los Obama, cuando su hija Sasha estaba allí. Que las balas habían llegado al edificio lo descubrieron cuatro días más tarde empleados domésticos.
Lo que el 'Post' desveló es que hubo múltiples fallos de seguridad, como que un supervisor de los agentes dijera que no se habían producido tiros o que se atribuyeran a una pelea entre bandas o la explosión de un tubo de escape. Más grave aún: una de las agentes del servicio secreto, que informó esa misma noche de que oyó tiros, al día siguiente no quiso llevar la contraria a sus superiores «por miedo a ser criticada».
Ayer a Pierson le preguntaron por esa cultura del miedo. No dio respuesta. Poco después el demócrata Stephen Lynch le reciminó: «Ojalá, por Dios, hubiera protegido la Casa Blanca como está protegindo su reputación ahora». Conforme acabó el testimonio, el 'Post' desveló más: Quién frenó a González era un agente que ya no estaba de servicio. Pierson no lo había dicho. Y había tenido tres horas.
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