Glasgow, campo de batalla

Dos jóvenes, en el barrio popular de Gorbals, en Glasgow

Dos jóvenes, en el barrio popular de Gorbals, en Glasgow / periodico

MARTA LÓPEZ

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Gorbals es un barrio de clase obrera del este de Glasgow, situado en la orilla sur del río Clyde, allí donde los astilleros dieron décadas doradas a esta ciudad, que con sus dos 1,2 millones de habitantes es hoy la más populosa de Escocia. Sus torres grises, inmensas moles de viviendas de protección oficial, se erigen desde los 60 donde otrora campaban los tenements, viviendas que daban techo a los trabajadores del boyante negocio naviero. Pero hoy en las calles de este vecindario nada queda de ese esplendoroso pasado imperial. Áreas como esta, que son muchas en la Escocia posindustrial, bastiones históricamente laboristas, se inclinan ahora por la independencia, según revelan los sondeos. Son también las más cotejadas estos días finales de la campaña porque es el voto desencantado de la izquierda el que va a inclinar la balanza.

Los carteles azules del Yes asoman junto a la ropa tendida en las torres. Por las calles de Gorbals, a media mañana, no circula un alma. Tampoco hay servicios. La chimenea humeante de una fábrica de whisky aporta algo de movimiento a esta estampa de color gris. De una planta baja con un patio ajardinado de uno de estos edificios sale Helen Golfarb, abuela ya a sus 54 años de cinco nietos que le han dado sus tres hijas. Es una mujer combativa, que toda su vida ha votado al laborismo y que lucha por mantener la vida comunitaria en un barrio en el que ha vivido desde siempre. El suyo es un  contundente a la independencia.

«Nací aquí, entonces había de todo. Bancos, escuelas... Vea ahora a su alrededor. No tenemos nada. Margaret Thatcher lo estropeó todo y luego los laboristas se han vuelto como los tories. Son lo mismo», clama Helen. «Nuestros impuestos van a a Westminster cuando deberían quedarse aquí para crear nuevas oportunidades para los jóvenes», denuncia esta mujer, que busca comparaciones fuera: «Mire Irlanda, un país que estando en bancarrota tenía unas pensiones mayores que las nuestras. Aquí, en cambio, se han dedicado a salvar bancos», denuncia. «Nunca más a tendremos esta oportunidad», sostiene en relación al referendo.

NIVEL DE BIENESTAR / James Bonar, conductor de camiones de 55 años, se suma al debate antes de entrar en su casa. Como Helen, siempre ha votado a los laboristas y ahora está por la independencia. Cree además que el Partido Nacionalista Escocés (SNP) ha hecho más «en los siete años que lleva en el Gobierno que en 150 años tories y laboristas juntos». Y es que en el SNP, aunque conservador en asuntos morales, es un movimiento de raíces socialdemócratas en lo económico. Con las competencias cedidas en educación y sanidad, el Gobierno de Alex Salmond ha logrado mantener unos niveles de protección social que garantizan de forma gratuita la asistencia social a los mayores, los medicamentos y el acceso a la universidad. Unos niveles del estado del bienestar que ya querrían para sí muchísimos ingleses.

Por eso, en los últimos años muchos votantes laboristas han buscado acomodo en el SNP, y entre los que aún confían en el laborismo, un 42% apoya la independencia, según las encuestas que maneja la campaña Yes Scotland. Son gente como Helen o como James, que saben que la independencia no solucionará de raíz todos sus problemas pero que rechazan el tono apocalíptico de la campaña unionista de Better Together. «Si no tuviéramos nada, nos dejarían ir», ironiza James.

A la otra orilla del río Clyde, Bridgeton y Calton son zonas más deprimidas aún. Aquí no hubo remodelación urbanística en los 70 y sobreviven, pero en estado de un tremendo abandono, los tenements. Hay en marcha planes de regeneración para unos barrios con alta conflictividad social y todo tipo de problemas relacionados con las drogas y la violencia. En Calton, hace solo unos años, la esperanza vida de un hombre rondaba los 54 años (la media de Glasgow era de 70), según estimaciones locales que luego corroboró la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Bridgeton, el 85% de los adultos que trabajan pide ayudas sociales.

En una calle inmunda de Bridgeton, tras una verja y en un patio interior de lo que parece una casa abandonada, un grupo de hombres y mujeres departen alrededor de una mesa y miran de reojo al extraño que asoma a la puerta. Son toxicómanos en terapia de rehabilitación. El responsable del centro se muestra esquivo. Dice tener mucho trabajo en una zona en que la falta de oportunidades arroja a los jóvenes a todo tipo de adicciones. «Culpa de los tories», musita antes de irse.

Al fondo hay un centro de formación para jóvenes. A media mañana, en la hora de descanso, los chicos, todos varones, salen a la calle. Fuman y beben. Cinco de ellos forman un corrillo. Tienen entre 17 y 20 años y las  ideas sobre la independencia no muy claras. Todos pueden votar pero solo dos dicen que lo harán. James Millay, de 17 años, por el  como indica la pulserita de goma que luce en la muñeca. Malakai McDonald, de 20, aún duda pero también se inclina hacia la misma dirección.

«No será fácil al principio», reconoce Millay. Pero él, como otros jóvenes de otras zonas empobrecidas de Escocia, cree que tiene poco que perder y que el cambio solo puede traer una vida mejor. En el voto de muchos chicos como Millay se juega Escocia su futuro. Glasgow y su cinturón rojo es el campo de batalla.