Análisis
¿Qué pasó en El Cairo?
Montserrat Radigales
Periodista
MONTSERRAT RADIGALES
En la tarde del pasado lunes todo parecía indicar que Israel y la delegación palestina, en la que se integraban todas las facciones, estaban a punto de anunciar que habían alcanzado en El Cairo un acuerdo para un alto el fuego duradero. Las filtraciones procedentes de uno y otro lado así lo daban a entender. Una fuente palestina llegó a afirmar que el acuerdo había sido ya rubricado (aunque no firmado) y los mediadores egipcios pusieron hora a una convocatoria de prensa que después no se materializó. Nadie pensaba que volvería la guerra.
¿Cómo se explica que en tan pocas horas se haya pasado del casi-acuerdo a la ruptura de facto de la negociación y el descenso otra vez al infierno de las bombas y los proyectiles? La causa inmediata está clara: alguna facción palestina -no se sabe cuál- rompió el martes la tregua lanzando tres cohetes contra territorio israelí. Pero algo similar había ocurrido la semana anterior cuando dos horas antes de que expirara un alto el fuego también se lanzó un cohete desde la franja. Hamás se apresuró entonces a hacer saber que no había sido, el Ejército israelí respondió a la infracción con un ataque aéreo muy limitado y se siguió negociando como si nada. Todos evitaron la escalada, porque estaba en juego algo mucho más importante. ¿Por qué eso no fue posible antes de ayer?
Quizá el tiempo esclarecerá qué pasó. Ahora solo se puede especular. Pero a la vista de lo que había traslucido del contenido del posible acuerdo, y tras un seguimiento minucioso de quién dijo qué en los últimos días, a una le queda la amarga sensación de que alguien saboteó la posibilidad de cerrar el compromiso.
Ambos lados estaban sometidos a unas tensiones internas considerables. El sector ultaderechista del Gobierno de Binyamin Netanyahu, que durante la fase terrestre de la operación Margen Protector abogó por que Israel retomara la franja y derrocara a Hamás, llevaba días presionando para poner fin a la negociación de El Cairo. A otros sectores más moderados tampoco les gustaban algunos aspectos de lo que se gestaba en la capital egipcia. De hecho, Netanyahu intentó ocultar a sus propios ministros un borrador de los mediadores egipcios que constituía la base de la negociación. Su socio de coalición y titular de Exteriores, Avigdor Lieberman, lo descubrió por otra vía y cuando lo puso sobre la mesa del Gabinete de Seguridad se armó la marimorena.
Dos aspectos del posible acuerdo resultaban problemáticos desde el punto de vista israelí. Al parecer, Israel había dado marcha atrás o aceptado posponer su principal exigencia: la desmilitarización de Gaza; o sea, el desarme de las milicias palestinas, como condición para levantar total o parcialmente el bloqueo. Otro punto delicado, aunque menos, era el papel que iba a jugar en la reconstrucción y en el control de los pasos fronterizos el Gobierno de unidad palestino del que Israel dijo pestes desde el primer día.
En el lado palestino, la clave radicaba en la posición de Hamás, pero algunos indicios arrojan dudas sobre su independencia de actuación respecto de sus patrocinadores. El diario árabe Al Hayat afirmó ayer mismo que Catar había amenazado con expulsar al líder de Hamás, Jaled Meshal -instalado en ese país desde que tuvo que huir de Siria-, si aceptaba la propuesta egipcia.
Todos tenían razones para buscar excusas. El precio lo pagarán los inocentes. El fracaso es descomunal.
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