Análisis

Los niños de la frontera

Dos guardias fronterizos, de patrulla.

Dos guardias fronterizos, de patrulla.

RAFAEL VILASANJUAN

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El paraíso está detrás de una valla, como el muro de Berlín cuya memoria trágica todavía nos recuerda que miles de personas murieron intentando saltar siempre en el mismo sentido. El mundo no ha cambiado tanto, basta con fijar la mirada en las fronteras que hoy siguen apuntando una fractura casi insalvable entre quienes viven a un lado con todos sus derechos y quienes están condenados en el otro a vivirlo desde la barrera.

La línea que divide Estados Unidos de México es la más larga entre un país emergente y el más rico del mundo, tal vez por eso es la frontera más traspasada del planeta, tanto de manera legal como ilegal. Esa es también la razón que ha impulsado a 50.000 niños no acompañados a cruzarla en lo que llevamos de año y a otros tantos a esperar hacerlo en los próximos días. Los de la frontera son niños que arriesgan su vida siguiendo los pasos de algún familiar que podrá acogerle cuando entre. No es un fenómeno nuevo, pero se ha multiplicado. ¿Debe permitírseles reunirse con su padres, madres o hermanos, o se les debe deportar por no tener argumentos para pedir el asilo? El dilema divide de nuevo al presidente Obama con los conservadores, que al tiempo que aprueban más dinero para vigilar piden su expulsión inmediata.

El error es pensar que la amenaza son los miles de niños que huyen de toda Centroamérica y no ver que el problema es que al sur de EEUU no hay un jardín si no más bien un basurero. Es el lugar donde operan redes criminales del tráfico humano y de la droga que consumen, al otro lado, desde los adictos marginales del Bronx, hasta los fieles de la coca en Wall Street.

Abismo

Es en el sur donde sufren la violencia de las organizaciones que operan con producto tan fresco como ilegal a las puertas del mercado más grande del mundo. Es tal el desequilibrio a uno y otro lado de la frontera que bastan dos cifras. EEUU gasta 15.000 millones de dólares (11.000 millones de eruos) en policía, sistemas de vigilancia y control de la frontera. Es cinco veces más que todo lo que invierten México, Guatemala, Honduras y El Salvador juntos en la educación de todos sus niños y adolescentes. ¿Hace falta explicarlo?

Mientras exista este abismo, la única realidad que les espera a buena parte de los chavales es la misma de la que huyen: ingresar en las pandillas y vivir del crimen, o ser víctimas de ellas y seguir buscando el paraíso al otro lado de la frontera, aunque les vaya la vida.