Equidistancia fatal
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Lo habrán oído: palestinos e israelís protagonizan una «escalada militar» (como si los dos tuvieran un Ejército de los más poderosos del mundo), «intercambian cohetes» (como si los explosivos que se lanzan desde la franja de Gaza, por mucho que su rango de acción vaya aumentando, fueran lo mismo que los misiles disparados desde tierra, mar y aire por la IDF), las dos poblaciones sufren por igual la enésima «espiral de violencia» en Oriente Próximo. Esta equidistancia es hija de otra: esto es un conflicto entre dos pueblos con idéntico derecho a la misma tierra que no hay forma que se pongan de acuerdo. Discurso que obvia la legalidad internacional y los derechos humanos, quién es el fuerte y quién el débil, el ocupante y el ocupado, el desposeído y el desposeedor.
Sin embargo, en este discurso palestinos e israelís no son iguales en todo. Israel tiene derecho a la defensa, por eso siempre ataca. La violencia palestina, en cambio, es irracional, imprevista, nihilista, no tiene motivos ni antecedentes, evidentemente jamás es en defensa propia (a la cual no tienen derecho) ni se explica por la ocupación. En ese discurso, una vida israelí vale mucho más que una palestina, los palestinos solo son cifras en el discurso mediático y político generalizado (y eso en el mejor de los casos); los israelís son vidas truncadas con nombres y apellidos. Por eso se habla de guerra entre Israel y Hamás, ya que así se implica que los muertos en Gaza (todos) son algo menos que palestinos: son islamistas. Imaginen qué sucedería en el mundo si el titular fuera a la inversa: más de un centenar de israelís (el 32%, niños) muertos en cuatro días por ataques palestinos.
En ese discurso, los israelís protegidos en refugios en Tel-Aviv pesan más que el centenar de muertos palestinos, y las fotos de los vecinos de Sderot jaleando en tumbonas cada bomba que estalla en la cercana Gaza solo circulan por Twitter, ya se sabe que los rostros fanáticos solo ocupan portadas si son barbudos y buscan el martirio musulmán. En este discurso, los palestinos son culpables de la muerte de israelís a manos palestinas y de la muerte de palestinos a manos israelís, por provocar, por ser usados como escudos humanos, por no haber corrido más rápido, por vivir en un edificio cuyo vecino es militante de Hamás. En ese discurso, Israel tiene derecho a todo y los palestinos no pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
Sin memoria
Este discurso no habla de asentamientos ni de los muertos que ha habido antes de esta «espiral» y los que habrá tras el próximo alto al fuego. Este discurso no tiene memoria, e iguala una paupérrima franja de 360 kilómetros cuadrados en la que están encerradas 1,5 millones de personas sometidas a bloqueo con una potencia nuclear que ataca con helicópteros Apache, cazas F-15, navíos de guerra, drones y artillería. Esta equidistancia es fatal: para solucionar un problema primero hay que admitir la realidad. En este caso, se llama ocupación.
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