Tiananmen un tabú

HONG KONG 3 Un hombre emula la icónica escena de la plaza Tiananmen, ayer.

HONG KONG 3 Un hombre emula la icónica escena de la plaza Tiananmen, ayer.

ADRIÁN FONCILLAS
PEKÍN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Han pasado ya 25 años y Tiananmen regresa a las portadas, que ya ocupó en los aniversarios anteriores y ocupará en los futuros. Quizá sea por la romántica batalla entre ideales y pistolas, o por la imbatible fuerza icónica del hombre-tanque, o por el lirismo del encendido de velas en un parque de Hong Kong. O por la necesidad de Occidente de apuntalar anualmente el rol de villano global de China. Es dudoso que otras revoluciones democráticas igualmente heroicas y trágicas como las de Maidán o la revuelta del jazmín sean tan glosadas dentro de 25 años.

Occidente recuerda lo que China ha olvidado. Pekín mantiene un tabú que ya ha levantado incluso para la Revolución Cultural, otro de sus capítulos oscuros del pasado siglo. La liturgia se repite en cada aniversario: la prensa nacional ignora Tiananmen, las búsquedas por internet se bloquean y se detiene o vigila a disidentes. Pero la censura no lo explica todo. Gobierno y sociedad van de la mano en su voluntad de pasar página porque el confucianismo evita el debate sobre la memoria histórica y prioriza el bien común sobre el individual. Los sucesos son ampliamente desconocidos en el ámbito rural y en general solo están al alcance de universitarios y gente con dominio del inglés. Y muy pocos quieren remover tumbas.

Fan, publicitaria pequinesa de 27 años, conoce los hechos porque vivía cerca de Hong Kong y veía la television de la excolonia. «¿De qué sirve recordar? ¿Qué podríamos hacer ahora? ¿Para qué condenar a estas alturas? No hablo de ello con mis amigas. Ni me interesa ni es conveniente», dice mientras saborea un cappuccino en una terraza. La República Popular de Amnesia, es el acertado nombre de un libro reciente.

Los responsables de la matanza están muertos o retirados y los líderes estudiantiles ya salieron a la calle, muchos hacia el exilio. Del millar de detenidos solo sigue una docena encarcelada, los condenados por delitos más graves (quema de tanques, ataques a soldados…). La lucha contra el silencio oficial y la abulia social está monopolizada por los directamente afectados y conduce a la frustración. Ding Zilin, presidente de las Madres de Tiananmen, contaba hace años a este corresponsal que sus vecinos y amigos la aconsejaron que dejase de incordiar. La policía ha impedido en las últimas semanas que regrese a Pekín para que no hable con la prensa.

Solo ha pedido perdón Chen Xitong, alcalde de Pekín en aquellos días y defensor de la línea dura. Fue en el 2012, después de ser condenado por corrupción, por lo que sus declaraciones no pueden considerarse oficiales. Pero es lo más parecido a una disculpa que se ha escuchado de sus responsables.

DURA PERSECUCIÓN / En la inflación desbocada, las desigualdades económicas, la corrupción y el descontento de las clases urbanas se cocinaron las protestas de 1989 que semanas después derivaron en exigencias de reformas políticas integrales. El desenlace sepultó los ideales democráticos en China. Gobierno y pueblo firmaron un contrato tácito de desarrollo económico a cambio de la renuncia de libertades políticas que ambas partes han cumplido escrupulosamente. Solo los disidentes políticos, tan heroicos como poco representativos, quedaron al margen.

Pekín acentuó tras Tiananmen las reformas que han permitido el mayor milagro económico conocido. Después de una pequeña caída del crecimiento en 1990, su PIB se ha multiplicado por 30 hasta hoy. Deng Xiaoping, el arquitecto de la China moderna, aún pudo con 87 años imponerse a los conservadores. En 1994, por primera vez, los trabajadores de empresas estatales eran minoría. La calidad de vida de los chinos mejoraba a velocidad de vértigo. Hoy son conscientes de que su situación es mejor que hace cinco años pero peor que dentro de cinco.

Tiananmen introdujo el mantra de la estabilidad en el discurso político. Pekín multiplicó el gasto en seguridad interna, encargó a empresas extranjeras la censura de internet y atornilló a la disidencia. Mientras los progresos en libertades políticas son sustanciales en los últimos años (abogados que invocan los derechos humanos en juicios, periodistas que destapan corruptelas de políticos…), la persecución a los que cuestionan el sistema se ha endurecido.

APOYO / El progreso no ha acallado la combatividad social. En el 2010 hubo 180.000 protestas o incidentes de masas, según la Academia China de Ciencias Sociales. En esas protestas ven algunos expertos internacionales el corolario de una sociedad con ansias democráticas y el probable fin del régimen. Pero son reacciones ante un problema particular, por un líder local corrupto o una fábrica contaminante en el vecindario. Pekín las permite hasta cierto grado aunque estén prohibidas. Ninguna de ellas ataca al andamiaje del sistema. Encuestas de organizaciones internacionales revelan un apoyo masivo al Partido Comunista de China, mucho mayor del que reciben gobiernos democráticos occidentales.

Aquellos jóvenes derrotados habían estudiado a los pensadores de la Grecia clásica y la Revolución Francesa, mientras los de hoy forman una de las sociedades más materialistas del mundo. La imposibilidad de otro Tiananmen radica menos en el miedo a las balas o los tanques que en el éxito económico. Muchas de las reclamaciones de esos días se han cumplido hoy pacíficamente.

China tampoco es ahora aquel país que se desperezaba tras décadas de encierro voluntario. Es una potencia turística mundial. Millones de estudiantes chinos se educan en universidades extranjeras y regresan. El contacto con el exterior se ha multiplicado con internet. Persisten problemas de 1989 como la corrupción rampante y las desigualdades sociales pero aquel fervor democrático ha sido sustituido por desvelos más prosaicos como la contaminación, la seguridad alimentaria o la escalada de precios inmobiliarios.

El nuevo contrato que ofrece Xi Jinping, presidente chino, incluye la lucha contra la corrupción y un empuje en las reformas económicas. En ambos casos ha demostrado ya su resolución. Desde el punto de vista occidental, sacrificar los valores democráticos por bienestar económico suena decepcionante. Pero el pueblo chino encadenó en un siglo la rapiña colonialista, el imperialismo japonés, la demencial Revolución Cultural y la peor hambruna de la historia moderna. El progreso y estabilidad no les suena tan mal.