HISTORIA DE UNA REVUELTA

La derrota de los sensatos

Cuando los tanques aparecieron, la cordura se había perdido en la plaza y en el Gobierno

En alerta 8 El Ejército chino, haciendo guardia en los alrededores de Tiananmen, el 6 de junio de 1989.

En alerta 8 El Ejército chino, haciendo guardia en los alrededores de Tiananmen, el 6 de junio de 1989.

ADRIÁN FONCILLAS
PEKÍN

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Las concentraciones habían empezado a mediados de abril en homenaje al fallecido Hu Yaobang, exsecretario general cesado dos años atrás por sus políticas reformistas y por, paradójicamente, haber fracasado en la gestión de las protestas estudiantiles de 1986. Después se sumaron los sectores descontentos: los obreros que habían perdido sus beneficios de la etapa maoísta, estudiantes, intelectuales y todo aquel que quería reformas más audaces. Cuando los tanques aparecieron seis semanas después, la sensatez había sido derrotada tanto en la plaza como en palacio.

Los días anteriores fueron de intensas intrigas en el Partido de Comunista de China (PCCh). A un lado, los reformistas del secretario general Zhao Ziyang. Enfrente, el ala dura del primer ministro Li Peng, el carnicero de Tiananmen. La historia está excepcionalmente contada en las memorias del primero, grabadas sobre cintas de ópera china durante su arresto domiciliario y pasadas a Hong Kong. Con su publicación en el 2009, Zhao rompía desde la tumba el tabú oficial.

Los reformistas apoyan las demandas políticas de los estudiantes: menos corrupción y más democracia, transparencia, imperio de la ley y libertad de prensa. Todo ello dentro del sistema y con la Internacional de banda sonora en la plaza. Incluso se suman a las protestas miles de miembros del partido y periodistas de la agencia oficial. Deng Xiaoping, arquitecto de la apertura, está de acuerdo con la disolución pacífica, pero los informes inflamados de Li que describen un movimiento organizado que busca derrocar el Gobierno le llevan a hablar en una reunión interna de «enemigos del partido y contrarrevolucionarios». Li lo filtra a un diario y sale publicado al día siguiente. El editorial del 26 de abril es el punto de no retorno. Crece la marea de estudiantes, más radicalizados y con reclamaciones más ambiciosas, y empiezan las huelgas de hambre.

Derramar algo de sangre

Zhao visita Tiananmen con megáfono en mano para convencer a los estudiantes de que se dispersen y fracasa. El resto es historia. «En la noche del 3 de junio, sentado en el patio de casa junto a mi familia, escuché un intenso tiroteo. Una tragedia que conmovería al mundo no había sido evitada», escribe.

Deng no parece en el libro el rector plenipotenciario del PCCh sino un pelele superado por el contexto. Peor parado sale en las memorias de Li, que niegan el relato oficial de que tomara la decisión engañado. «Las medidas de la ley marcial deben ser aplicadas con mano firme, hay que minimizar los daños, pero debemos estar preparados para derramar algo de sangre», habría dicho Deng.

Mientras se suceden las guerras intestinas, la plaza cambia de orientación. Hay líderes razonables y posibilistas como Wu'er Kaixin o Wang Dan, defensores del diálogo. Y hay descerebrados como Chai Ling. Arenga micrófono en mano, arruina cualquier acercamiento, conduce el conflicto al desastre y pretende un reguero de mártires.

En el reportaje The gate of heavenly peace, imprescindible guía de los sucesos, Chai sugiere que están colocando a los estudiantes conscientemente al borde de la muerte. Muchos analistas creen que a los estudiantes les faltó cintura y que su tozudez puso en bandeja la cabeza de Zhao, su principal defensor, a los conservadores.

Los tanques entran en Pekín en la noche del 3 al 4 de junio. Muchos soldados han sido traídos de otras provincias para evitar la simpatía previa con los estudiantes. Las muertes se producen en el puente Muxidi y en la avenida Chang'An especialmente. El desalojo posterior de la plaza es ordenado: no hay muertos en Tiananmen. El número de víctimas es un secreto de Estado y los cálculos carecen de fuentes demasiado sólidas. Amnistía Internacional sostiene que fueron un millar, la Cruz Roja China habló de 2.600. Las Madres de Tiananmen confirmaron 202 y el médico Nicholas Krystof, que visitó los hospitales pequineses tras la catástrofe, los calculaba entre 400 y 800.