repercusiones de un secuestro masivo

Las niñas de Nigeria y la lucha dentro del islam

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FERRAN INIESTA

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En nuestro país, con escasa experiencia colonial africana, tiende a asimilarse islam con el norte de África, y poco más. Pero la realidad nos recuerda que hace más de mil años que esta tradición se encuentra en las grandes ciudades de la sabana y que en los dos últimos siglos se ha convertido en una fe mayoritaria y muy popular: los habitantes del Sahel son musulmanes, pero de cultura africana, no árabe ni bereber. El suyo es un islam ortodoxo, clásico, estructurado en grandes escuelas de sabiduría llamadas turuq y más conocidas como califatos, porque es el título de sus sheikhs o maestros.

Estamos hablando de millones y millones de persones, de toda condición y etnia, adeptos de un islam clásico, nada rigorista y muy respetuoso con la diversidad humana y religiosa. Grandes maestros como Dan Fodio, El Haj Omar, Amadu Bamba, o Tierno Bokar han predicado el Corán, con armas en la mano en el siglo XIX y sin ellas el siglo pasado.

Algunos nos hemos podido beneficiar de vivir en sus grandes ciudades en un clima humano excelente, lejos de las cruzadas y otras dudosas guerras santas. Pero desde hace unos 30 años hay una lucha teórica y política entre los sheikhs de los grandes califatos y un sector estudiantil que reivindica una ruptura con el mundo occidental moderno.

El problema de los musulmanes llamados reformistas, salidos tanto de universidades como de escuelas coránicas wahabís o salafistas, es que, imitando la ideología moderna dominante, han dividido de forma maníquea el mundo entre buenos y malos, aquello que el segundo Bush llamaba el eje del bien contra el eje del mal. No es que el profesorado y alumnado de estas universidades y escuelas sean yihadistas, dispuestas a ametrallar o secuestrar gente, pero algunos dan el paso, convirtiéndose en un nuevo tipo de dirigente con pretensiones carismáticas -pocos maestros tienen realmente el carisma o la gracia divina-, que a menudo es seguido por grupos de estudiantes y, progresivamente, jóvenes marginados de los grandes barrios periféricos de ciudades como Kano, Zaria, Katsina o Sokoto, en el caso del norte de Nigeria.

Así, desde 1970, se han ido creando en todo el Sahel agrupaciones reformistas, muy críticas con los poderes estatales y los califatos, a los que acusan de corrupción, a menudo con mucha razón. La Nigeria septentrional tiene unas altas tasas de pobreza suburbana, y eso ha hecho que estudiantes radicalizados hayan creado un gran número de organizaciones que reclama la sharia.

Duro combate

Marwa, un líder carismático muerto en las revueltas de Kano en 1981, fue sustituido por otros movimientos, menos conocidos pero reales, mientras los Gobiernos de los estados del norte no mejoraban su gestión y el Gobierno federal priorizaba al sur -más industrial y petrolero-.

En el 2000, Mohamed Yussuf, universitario brillante y con fuerte capacidad de atracción, creaba su propio movimiento para la prédica y el combate, más conocido por su rechazo frontal a la educación occidental, simbolizada en los libros escolares, que deberían ser prohibidos por impuros (haram). La muerte de Yussuf y 800 seguidores en el 2009 dejó el movimiento en manos de jefes militares como Shekau, que ha protagonizado el espectáculo del vídeo del secuestro de casi 300 niñas. Sin un cambio de dirigentes, Boko Haram tiene pocas perspectivas, porque su acciones disgustan incluso en los barrios más pobres, pero el reformismo yihadista seguirá fuerte en bastiones del norte de Nigeria.

De hecho, seguiremos presenciando en las próximas décadas un combate duro, doctrinal y ético entre dos formas de entender el islam: la moderna de los reformistas o islamistas y la clásica de califatos sufís, con la pega de estar demasiado acomodados con un Occidente hegemónico que tampoco puede presumir demasiado de bondades históricas ni presentes.

La fuerza del islam en el África negra es su intensa libertad y su sentido de la diversidad, y eso es lo que a algunos nos hace confiar en el futuro de la región. El islamismo yihadista más duro y extendido, por contraste, tiene procedencia argelina y libia, y eso afecta el desierto, no la sabana. El norte de Nigeria y Boko Haram son un mal síntoma, pero aún no la norma dominante.