Análisis

Putin y el 'testamento de Pedro el Grande'

ROSA MASSAGUÉ

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La historia nunca se repite, pero los intereses geoestratégicos permanecen. La península de Crimea es ahora uno de los puntos más calientes de la crisis de Ucrania. Tres datos bastan para explicarlo. Forma parte de Ucrania solo desde 1954, cuando el líder soviético Nikita Jrushchov traspasó aquel territorio del mar Negro a la república de Ucrania, dentro de la URSS. El 60% de la población se consideran rusos. El puerto de Sebastopol aloja la flota rusa del mar Negro mediante un acuerdo que finaliza en el 2024.

La península fue uno de los escenarios de la guerra que lleva su nombre, la de Crimea (1853-1856). Evocando el llamado testamento de Pedro el Grande (1682-1725), el zar Nicolás I (1825-1855) siguió una política de modernización y expansionismo con la mirada puesta en el Mediterráneo al que pensaba acceder gracias a la debilidad del imperio otomano. En esta política expansionista hacia el sur, las aguas cálidas de Crimea eran clave -entonces como ahora- para acoger una armada que no tuviera que estar inmovilizada largas temporadas debido a los hielos en las bases navales del norte.

Los intereses comerciales de Inglaterra y Francia no podían permitir la presencia de un competidor como la Rusia imperial en el sur de Europa. Históricamente las dos potencias occidentales se habían combatido regularmente y la derrota francesa en Waterloo, pese a estar lejos en el calendario (1815), había marcado profundamente -en sentidos obviamente contrarios- a Londres y París.

Sin embargo, la apuesta rusa era tan alta que los enemigos acérrimos dejaron de lado aquella enemistad para embarcarse juntos y por primera vez después de las guerras napoleónicas en una aventura bélica.

La contienda acabó con la victoria de las potencias occidentales y la neutralización del mar Negro, pero al margen de quien ganara o perdiera la guerra de Crimea, lo que conviene retener de aquel episodio para entender lo que hoy se desarrolla ante nuestros ojos es el papel que jugaba entonces y ahora la situación estratégica de la península así como la pervivencia de los intereses de una y otra parte.

Los de Moscú se manifiestan en la política neoimperial de Vladimir Putin de reconstrucción dentro de lo posible de algo parecido al espacio post-soviético. En este renacimiento, el líder ruso considera a la Unión Europea como una amenaza. Su defensa del autócrata Baschar el Asad en oposición a Occidente se explica en buena parte por su necesidad de mantener su presencia en el Mediterráneo mediante la base naval de la que dispone en el puerto sirio de Tartus.

Aquella Francia y aquella Inglaterra decimonónicas que aparcaron su enemistad para defender juntas sus intereses son un trasunto de nuestra UE nacida para crear un marco de paz mediante una unión originalmente económica.

Putin saca músculo poniendo en estado de alerta al Ejército. Mientras, y a diferencia de lo ocurrido en la guerra de Crimea, los miembros de la UE no acaban de ponerse de acuerdo sobre qué hacer con Ucrania.