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John Kerry, Quijote o visionario

Jefe de la diplomacia de EEUU, se juega su legado en el proceso de paz

EL PERIÓDICO
NUEVA YORK

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«No tendré otro trabajo. Esta probablemente será la última oportunidad en mi vida política y estoy preparado para arriesgar». La frase, según ha contado el exembajador y exsubsecretario de Estado Thomas Pickering, la ha dicho John Kerry. Y esa forma de pensar explica el empeño -quijotesco o visionario, según quien lo describa- con que el jefe de la diplomacia de Estados Unidos se ha lanzado a intentar resucitar el proceso de paz entre israelís y palestinos, misión esquiva en la que el veterano de Vietnam, senador durante 28 años y excandidato presidencial, de 70 años, se juega su legado.

Kerry se ha marcado una meta que no quiso ni mirar su antecesora, Hillary Clinton, y que no había sido prioridad para el presidente, Barack Obama, durante su primer mandato. Y de momento ha conseguido que una Casa Blanca alérgica a los riesgos le de espacio, al menos, para intentar la apuesta. Si sale bien será un triunfo de la presidencia de Obama. Si fracasa, el presidente saldrá ileso.

Kerry algo ha logrado ya, siquiera mínimo. En julio consiguió reactivar las conversaciones tras tres años de silencio, dando un complicado plazo de nueve meses para lograr antes del 29 de abril un tratado de paz. Y aunque desde entonces los escasos progresos no dan alas a la esperanza, no se rinde.

En diciembre, en su octava visita a la región desde que llegó al cargo, evocó la memoria de Nelson Mandela para asegurar: «Estamos más cerca de lo que hemos estado en años» de la paz. «Los negacionistas -dijo- se equivocan al declarar la paz en esta región meta imposible. Siempre parece imposible hasta que la alcanzas».

En este viaje (el décimo en sus 11 meses como secretario de Estado y el primero de varios planificados para enero y febrero), Kerry pretende acelerar el proceso para asegurar un acuerdo marco interino que preceda al que debería llegar para el 29 de abril.  Y sus asistentes declaran que viaja con «sensación real de urgencia».

Kerry ha empezado, además, una nueva línea estratégica. En palabras del columnista de The New York Times Thomas Friedman, se trata de «intentar construir una diplomacia que haga imposible para Israel y los palestinos seguir eludiendo sus enormes decisiones existenciales». Pero, además, ha hecho que Washington tome un papel más activo, planteando sus propias propuestas: el Pentágono, por ejemplo, ha diseñado un esquema de seguridad para el valle del Jordán y Cisjordania, con satélites y otra infraestructura tecnológicamente avanzada, para hacer que la cuestión de la seguridad, tan vital para Israel, se diluya como obstáculo (aunque Israel considera el plan insuficiente).

Ferviente creyente en el poder de las negociaciones y en su propio poder de persuasión, la apuesta personal de Kerry se deja notar. En diciembre, tras una reunión con Binyamin Netanyahu, el primer ministro israelí dijo que algunos miembros de su Gabinete habían empezado «a ponerse celosos. Se quejan de que solo tengo tiempo para él», bromeó. Diez días después Saeb Erekat, jefe negociador palestino, abordó la importancia profunda del empeño de Kerry. «Ha marcado una diferencia en términos de sus esfuerzos incansables y su inquebrantable compromiso» con el proceso de paz.

Para algunos, como John McCain, Kerry vive en un mundo de fantasía y «cree que el mundo es lo que quiere que sea y no lo que de hecho es». Pero otros defienden que, al menos, lo intente. «Admiro la forma en que se atreve a fracasar», ha escrito Friedman.