Una primera dama pionera

Jackie transformó la Casa Blanca y fue clave para construir el mito de JFK y Camelot

John y Jacqueline Kennedy con su hija Caroline en Hyannis Port, en 1959.

John y Jacqueline Kennedy con su hija Caroline en Hyannis Port, en 1959.

IDOYA NOAIN / Nueva York

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Cuando el magnicidio de JFK acabó con la inocencia de Estados Unidos, el país encontró fortaleza en una mujer de 34 años: Jacqueline Kennedy. Aquella viuda con dos niños fue, en el funeral que ella misma ayudó a organizar, la imagen de lo estoico, de la compostura. Cuando todo zozobraba, Jackie dio serenidad. Y la primera dama asentó un lugar en la historia que va mucho más allá de sus hitos de moda y glamur.

Jackie nunca quiso implicarse en la política, aunque los miembros de la Administración de su marido que ella veía con buenos ojos solían por lo general tenerlo más fácil con el presidente. Pero fue la mujer que transformó la Casa Blanca en lo que es hoy. Y no solo porque realizó un proceso de rehabilitación que fue mucho más allá de retoques en la decoración, el rediseño del Despacho Oval, el fichaje de un chef francés o el establecimiento de rituales para cenas de Estado que se mantienen casi inalterados cinco décadas después. "La convirtió en un escenario vivo, no un museo, donde se desplegaban la historia y el arte de EEUU", se leía en la necrológica que 'The New York Times' dedicó a Jackie en 1994 tras su muerte por cáncer a los 68 años.

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