Análisis

Guerra internacionalizada

ANTONI SEGURA

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Los dos atentados de ayer en el barrio de Jenah, feudo de Hizbulá en el sur de Beirut, han sido reivindicados por las Brigadas de Abdulá Azzam (el teórico jordanopalestino de la yihad muerto en un extraño atentado en 1989 y que, con Osama bin Laden y en el contexto de la guerra contra el Ejército Rojo en Afganistán, creó en Peshawar el precedente de Al Qaeda), que reclama la salida de Siria de las fuerzas iranís y de Hizbulá y la liberación de sus presos en el Líbano. Un paso más en la internacionalización de la guerra de Siria y en la escalada de la violencia comunitaria que desde hace décadas sacude a Oriente Próximo y especialmente a Irak, Pakistán, Afganistán y el Líbano.

Por una parte, las milicias de Hizbulá y las tropas iranís están siendo fundamentales en la ofensiva del régimen de Bashar al Asad, que ayer mismo recuperó la estratégica ciudad de Qara. En los últimos meses, y una vez descartada una intervención militar de Estados Unidos y sus aliados, Asad parece haber tomado la iniciativa y está recuperando el terreno en manos del Ejército Libre de Siria, los kurdos y las diversas milicias yihadistas sunís. La relación causa-efecto parece clara: golpear al enemigo chií (Hizbulá) en su propio feudo para castigar su implicación en la guerra de Siria y hacerlo, además, simbólicamente, contra la embajada del país más representativo del chiísmo (Irán). En cierta medida, estos atentados son el negativo de los de 1982 y 1983, también en Beirut, contra Bachir Gemayel, la embajada de EEUU y las tropas estadounidenses y francesas, que fueron la carta de presentación a nivel internacional del radicalismo chií y de la   conexión Teherán-Damasco. Unos meses más tarde nacía Hizbulá. La respuesta, según el profesor Olivier Roy, fue el surgimiento del radicalismo suní, inicialmente bajo la esfera de Riad e Islamabad.

Por otra parte, los atentados son un movimiento más en el complejo y sangriento tablero de ajedrez que enfrenta a sunís y chiís, y a Riad y Teherán, por la hegemonía regional. En este campo de batalla soterrado todos mueven sus peones, con una diferencia, sin embargo, fundamental: los grupos radicales chiís mantienen una cierta cadena de mando que tiene su vértice en Teherán. Desde la ruptura de Al Qaeda con la dinastía saudí en 1991, muchos grupos radicales sunís escapan a cualquier control y actúan por libre más allá de los intereses de los países de la península Arábiga de los que reciben financiación.

El programa nuclear iraní

Por último, la continuación, hoy, de las conversaciones de Ginebra en torno al programa nuclear iraní no puede dejar de relacionarse con los atentados. El asunto crea extraños compañeros de viaje: Tel-Aviv y Riad están dispuestos a colaborar en un ataque contra Irán si se termina negociando un acuerdo que no les satisface.

En definitiva, la frágil estabilidad política de la región podría verse comprometida por la extensión del conflicto de Siria al Líbano, lo que supondría pasar de una internacionalización encubierta de la guerra (Turquía, Catar, Irán, Hizbulá ) a una internacionalización no encubierta en la que se verían también involucrados directamente Israel, Arabia Saudí, el Líbano -y quizá Jordania, que acoge ya a más de 600.000 refugiados sirios- e, indirectamente, EEUU y sus aliados europeos.