PERFIL

Quijote idealista y práctico

La familia Di Blasio tras votar, ayer.

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I. N.
NUEVA YORK

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En 1988, un joven neoyorquino de 26 años y casi dos metros de altura tuvo una revelación en una pequeña clínica en Masaya, en la Nicaragua devastada por el enfrentamiento entre sandinistas y la Contra financiada por Ronald

Reagan. Un mapa en la pared del desvencijado centro de salud indicaba dónde vivía cada una de las familias locales y los médicos lo usaban para ir puerta a puerta propagando mensajes sobre la importancia de vacunaciones e higiene. El joven vio aquello como un símbolo de lo que un Gobierno fuerte y en sintonía con las necesidades de la comunidad podía lograr. Y como le decía hace unas semanas a The New York Times, volvió a casa con una lección aprendida: «El Gobierno debe involucrarse en el trabajo, ser activo, estar conectado a la gente».

Hoy, 25 años después, posiblemente se levantará como alcalde electo de Nueva York. A los 52 años, se ha convertido en esposo y padre de dos hijos, Chiara y Dante, adolescentes. Se ha curtido en una carrera política en la que ha equilibrado ideología y operatividad, firmeza de principios y apuesta por lo práctico. Y muchas cosas se mantienen. Su trabajo hace un cuarto de siglo con el Centro Quijote, el grupo de justicia social con el que viajó a Nicaragua, se basaba «en intentar crear un mundo más justo e incluyente». Hoy, sigue «teniendo un deseo activista de mejorar las vidas de la gente». Ya no se autodenomina, como en 1990, «socialista demócrata», pero define su «visión del mundo» como «parte Franklin Roosevelt- New Deal, parte democracia social europea y parte teología de la liberación».

Su historia familiar ha contribuido a forjarle. Su padre, Warren Wilhem, fue un héroe en la segunda guerra mundial que perdió media pierna en la batalla de Okinawa. En su regreso se graduó en Harvard, trabajó para el Departamento de Comercio y fue víctima de la caza de brujas del McCarthysmo. Se volvió alcohólico. Abandonó a la familia cuando Bill tenía siete años. Y enfermo de cáncer de pulmón, se suicidó 11 años después.

Si de su padre aprendió «qué no hacer», De Blasio encontró en su madre, María, hija de inmigrantes, la que sería «la mayor influencia, de lejos», en su vida, con su «mezcla del idealismo estadounidense con el sentido práctico italiano». Halló la pareja perfecta en Chirlane McCray, seis años mayor que él, poeta y activista negra, lesbiana antes de acabar cediendo a los cortejos de Bill. Y en 1994 formó una familia que representa la diversidad racial de Nueva York y la clase media.

Con Clinton y Cuomo

Su experiencia política es amplia. Trabajó para David Dinkins, el primer alcalde negro de Nueva York y el último demócrata, y en su caótica Administración aprendió «los problemas de una estructura dividida y de la falta de propósito». Dirigió la campaña de Bill Clinton en el estado en 1992 y trabajó para el actual gobernador, Andrew Cuomo, cuando este llevaba el departamento de vivienda. Fue gestor de la campaña al Senado de Hillary Clinton. consejero municipal en Brooklyn, donde mantiene una modesta vivienda, y luego defensor del pueblo de Nueva York.

Quienes han trabajado con él hablan de alguien «dispuesto a escuchar y aprender», que  «encuentra puntos de unión»«la persona a la que mandas para tratar con la gente». Otros lo ven «más pragmático que progresista» y con potencial de ser «elástico y oportunista». Lo que parece tener es una creencia genuina en los ideales de su retórica progresista. Y tras 20 años de mandato republicano, Nueva York le espera.