Una guerra religiosa

La pugna entre sunís y chiís en Siria está traspasando las fronteras y regionalizándose

RICARDO MIR DE FRANCIA / Washington

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Seis años después de que Hafez al Asad tomara el poder en Siria con un golpe militar en 1970, el bautizo de un régimen que encumbraría a la minoría alauí al poder, los islamistas sunís se levantaron en una revuelta contra la dictadura y el secularismo baazista. Entre 1976 y 1982, bajo el liderazgo por la Hermandad Musulmana, se embarcaron en una campaña de protestas y atentados terroristas contra militares y prominentes figuras de la sociedad civil. Fueron los años de plomo. Una sucesión de brutales represalias por ambos bandos que culminó con la matanza de entre 10.000 y 40.000 personas a cargo del Ejército de Asad en Hama, la cuna del islamismo suní.

Aunque el contexto y las formas difieren hasta cierto punto, lo que está pasando actualmente en Siria se puede leer como la continuación de aquel pulso por el control del país. La guerra civil, que empezó en la primavera del 2011 como una revuelta prodemocrática, ha acabado transformada en un conflicto sectario entre la mayoría suní, que nutre los cuadros de la oposición, y los alauís, la secta chií que monopoliza el poder desde hace más de cuatro décadas. Eso ha hecho que Siria se haya transformado en el último campo de batalla de la pugna histórica entre las dos grandes corrientes del islam: los sunís, respaldados en Siria por Arabia Saudí, Catar, Turquía y Egipto; y los chiís, abanderados por Irán y la milicia libanesa de Hizbulá.

Bajo el imperio otomano, las élites sunís ostentaron el poder en Siria. Pero la cosa empezó a cambiar después de que Francia colonizara el país tras la primera guerra mundial. En un ejemplo clásico del divide y vencerás, París privilegió a las minorías en la Administración y el Ejército, levantando así un muro de contención contra los sunís, por entonces, la vanguardia del nacionalismo árabe.

Onda expansiva

Para muchos sunís, por lo tanto, esta es una guerra para restaurar el orden natural de las cosas. Su ortodoxia religiosa considera a los chiitas alauís «herejes» y «ateos», el motivo por el que hasta 1920 no se les permitió testificar ante los tribunales. Y esa misma idea la están propagado ahora clérigos de todo el mundo suní. El teólogo egipcio asentado en Catar, Yusef Al Qaradawi, guía espiritual de los Hermanos Musulmanes, dijo en junio que los alauís «son más infieles que los cristianos y los judíos» y acusó a Irán de «quererse comer a los sunís». Días más tarde, más de 70 clérigos sunís reunidos en El Cairo llamaron a los suyos a sumarse a la guerra santa siria combatiendo o enviando armas y dinero.

El resultado es que cada vez hay más yihadistas extranjeros en Siria, desde iraquís y saudís a chechenos. Pero el régimen y sus aliados también han contribuido a hacer de esta una guerra transnacional y de tintes religiosos. Irán ha enviado asesores militares a Damasco. Hizbulá está combatiendo junto al régimen, especialmente en las zonas cercanas a la frontera libanesa. Y las milicias paramilitares alauís de Asad, las shabiha, han estado masacrando a civiles sunís.

La onda expansiva está inflamando a la región y agravando la fractura sectaria. En Irak, la guerra latente entre la minoría suní y la mayoría chií ha dejado más de 4.000 muertos en los últimos seis meses. Y en el Líbano, la tensión es extrema. Los sunís se están armando hasta los dientes, los atentados de corte sectario van a más, y miembros de ambas comunidades se marchan de los barrios mixtos de Beirut, según fuentes consultadas.

Ante la posibilidad de una eventual ruptura de las fronteras nacionales, el acercamiento entre EEUU e Irán, la cooperación rusa y el acuerdo en la ONU para el desarme químico de Siria deberían contribuir a rebajar la tensión. Pero cada actor en esta guerra tiene intereses y agendas dispares. Países como Arabia Saudí no están contentos con los cauces diplomáticos inaugurados. Desde hace años, Riad quiere «cortarle la cabeza a la serpiente» iraní.