Las víctimas
De la indignación a la acción
Jordi Armadans
Director de Fundació per la Pau (Fundipau), periodista y politólogo.
Director de Fundació per la Pau (Fundipau), periodista y politólogo.
Jordi Armadans
¿Para quién escribo este artículo? Básicamente para la gente que, desde la indignación por la situación que padece el pueblo sirio, querría que se hiciera alguna cosa honesta y no interesada. Digámoslo: es una barbarie.Bashar el Asadreaccionó a las protestas pacíficas de hace dos años y medio con la represión habitual del régimen que, con el tiempo, fue aumentando en brutalidad. La oposición abrió una vía armada que acabó ganando demasiado protagonismo. Y, con el caos, apareció el yihadismo. Resultado: 100.000 muertos, 2 millones de refugiados, 4 millones de desplazados.
Demasiada indecencia. La del régimen; la de los grupos armados que infringen más dolor a la población; la de los países que, en lugar de buscar salidas, se han dedicado a armar a los suyos; la de la comunidad internacional, pasiva todo este tiempo, dejando pudrir la situación.
El indecente cinismo exhibido por los estados: para salir de los casos habituales y clamorosos de Rusia y EEUU, miremos la reciente reunión de la Liga Árabe. Arabia Saudí -una dictadura con un largo historial de vulneraciones de los derechos humanos- reclamó una acción militar «para parar los crímenes del régimen». El representante del Gobierno egipcio -fruto de un golpe de Estado y que acaba de cometer una matanza- se opuso a un ataque militar que no contase con el aval de las Naciones Unidas, «porque conviene respetar la ley internacional».
Que el alcance de la barbarie y los niveles de indignidad no nos detengan. Una intervención militar no es una herramienta adecuada para promover los derechos humanos y la democracia. Pero, de hecho, ha quedado claro que si hubiera un ataque sería para dar un toque de atención al régimen, no para deponerlo. Así, pacifistas y partidarios de la injerencia militar «humanitaria» podrían compartir un objetivo: encontrar soluciones al conflicto que, con ataque o sin, habrá que abordar.
Como acaba de decir el prestigioso International Crisis Group, la prioridad debe ser «revitalizar la búsqueda de una solución política». Conviene lograr que potencias y gobiernos de la región asuman su responsabilidad e impulsen y reabran los procesos negociadores. Unas negociaciones en las que la sociedad civil que ha sufrido el conflicto (comunidades, refugiados, mujeres, etcétera) debería tener voz y participación.
Y entrando en el problema de fondo, desde Bosnia, para no ir más lejos, sabemos que si las cosas no se hacen bien pueden acabar muy mal. Y continuamos sin hacerlo bien. Si realmente las democracias quieren poner fin a los regímenes autoritarios, antes que bombardearlos tienen una fácil solución a su alcance: dejar de dar apoyo y no hacer la vista gorda a las atrocidades que hacen cuando la dictadura es «amiga». Es una demanda ética, pero también práctica: si quieres combatir una dictadura mientras alimentas otra que te conviene, tu queja pierde toda credibilidad.
Conviene, también, reforzar los instrumentos de garantía de los derechos humanos; ampliar los mecanismos de prevención y resolución de conflictos; impulsar cambios al sistema de gobernabilidad mundial para que sea más democrática y justa y, claro, poner controles al comercio de armas.
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