Análisis

Genocidio sin impunidad

ANTONI TRAVERIA

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Algunos de sus colaboradores hicieron méritos suficientes en su competencia para superarle con sus abominables comportamientos sanguinarios, peroJorge Rafael Videlase doctoró con el título de mayor genocida de Argentina y así pasará a la historia después de haber tenido que purgar condenas dictadas en democracia por los tribunales de la justicia. Fue un personaje siniestro, soberbio, que ha fallecido sin mostrar jamás el más mínimo arrepentimiento ni haber pedido perdón por los miles de asesinatos cometidos en un plan sistemático de exterminio. Una especie de inquisición, en versión Proceso de Reconstrucción Nacional, en la que toda una generación de jóvenes estuvo bajo sospecha, perseguida, torturada, desaparecida, asesinada o, en el mejor de los casos, refugiada en el duro exilio.

En los 28 años transcurridos desde el derrocamiento en 1955 de Juan Domingo Perón hasta la recuperación de la democracia en 1983, Argentina solo estuvo 10 años bajo gobiernos civiles muy frágiles, con democracias extremadamente condicionadas. El contexto de los países vecinos tampoco ayudaba.María Estela Martínez de Perónera la única presidenta de un Gobierno civil heredado tras la muerte de su marido, mientras en Chile, Paraguay, Brasil, Bolivia o Uruguay, conJuan María Bordaberry,como presidente de un Gobierno títere de los militares, tenían dictaduras. EEUU, en el contexto de la guerra fría y la obsesión por evitar a cualquier precio nuevos fenómenos revolucionarios como el protagonizado porFidel Castro, impulsaba esos regímenes.

Nunca antes en Argentina un golpe de Estado había sido tan anunciado por sus sediciosos protagonistas como el de aquel traumático 24 de marzo de 1976. En solo cinco días, hasta el instante mismo en que asumió la presidencia, manteniendo el cargo de jefe del Ejército,Videlalogró imaginar que acumulaba un poder absoluto parecido al de Julio César, solo compartido en tercios conEmilio Massera yOrlando Agosti, sin pensar que aquellos años terminarían algún día, más pronto que tarde, sin que sus delitos de lesa humanidad quedaran sin la reparación de la justicia.

Videlaha muerto en una cárcel común de Buenos Aires después de que una de sus condenas fuera a 50 años por unos hechos probados tan repugnantes como la «sustracción, retención y ocultamiento» de hijas e hijos de personas desaparecidas. La democracia, en este caso, no permitió la impunidad de un genocidio. Esa es la gran noticia.