Análisis

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INOCENCIO ARIAS

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La señoraMargaret Thatcher,la que arremetió con éxito contra los sindicatos pero también contra el sistema de clases británico, ha llevado la polarización hasta la tumba. Aunque en su entierro ha habido muchos más aplausos que pitos, la división abismal de opiniones ha sido palpable desde que falleció.

Mientras un comentarista manifestaba que en cierto sentido ayer se enterraba de algún modo a Inglaterra, otro afirmaba que había que ser claros: gastarse 12 millones en su funeral en estos momentos era sencillamente estúpido. Mientras un admirador repetía que los jóvenes ignoran el estado del país cuando llegó al poder otros, gente de la izquierda, líderes sindicales, declaran que arruinó la nación y que se han regocijado con su muerte.

Hay mayor consenso en que, para bien o para mal, la hija de un tendero de provincias modernizó y revolucionó al país con un considerable costo social, apuntan bastantes, e incluso muchos detractores admiten que sus ideas han sido aceptadas incluso en ciudades como Liverpool.

La longeva primera ministra, una señora con muchos pantalones en un mundo de hombres, debe su éxito a la coyuntura en que accedió al poder (el Gobierno laborista fallaba en su intento de levantar al país), a su determinación y convicciones (lo que cuenta es el hombre y el esfuerzo no el Estado) y a la suerte.

Todo se conjugó en un momento clave de su trayectoria, la guerra de las Malvinas. Ella no la empezó, fue la junta militar argentina quien, aunque con justas reivindicaciones sobre las islas, optó sorpresivamente por la utilización de la fuerza. Puede concluirse que el generalGaltiericonsolidó apoteósicamente la carrera deThatcher, las reformas económicas conservadoras aún no habían dado frutos y la popularidad de la política estaba por los suelos.

Noches sin dormir

Entraron en juego sus convicciones. Contra la opinión de la casi totalidad de su Gabinete -aquí se ven de nuevo sus pantalones- decidió enviar una flota al fin del mundo. Recuperó las islas, multiplicó su prestigio y arrolló en unas elecciones que habría perdido sin el conflicto. Su secretaria escribe que prácticamente no durmió ninguna noche en las semanas de la guerra.

En este campo exterior dejó su impronta. En luna de miel total conRonald Reagan, permitió el despliegue de los misiles de este y defendió con terquedad sus ideas comunes (los sistemas comunistas son perversos, etcétera...). Pero realista como era convenció a su colega yanki de que conGorbachevse debía hablar y se «podían hacer negocios». Resultó.Reagantenía la llave, cayó el muro y se liberó Europa del Este.Walesay otros dirigentes de países del Este la adoraban. Sus intentos por detener la reunificación germana («Alemania crecerá y se volverá mandona»), premonitorios para algunos, han sido olvidados.

Ganó holgadamente tres elecciones y, al final, le fallaron, no las urnas, sino la suerte y el olfato. Enrocada contra la profundización política de la UE y a favor de la implantación de un impuesto municipal, sus compañeros desertaron. Dimitió y la herida de la traición no cicatrizó.