Conflicto en África occidental

Sin manos ni pies

Refugiados del norte del país relatan los horrores de la aplicación de la ley islámica

B. M.
BAMAKO

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Durante la noche ejercen de contrabandistas pero durante el día se convierten en crueles talibanes. Los ciudadanos contra los que los terroristas aplican la ley islámica tienen la piel negra. Les amputan manos y pies por robar.«Es una forma de sembrar el terror entre la población local, pero también de cara al exterior, aunque no estén convencidos de lo que hacen. Y no entendemos por qué solo actúan contra los negros», manifestó el padre de uno de los muchachos. Los llamados«moros», por el momento, no han sufrido lapidaciones o flagelaciones públicas. La cacería es solo contra el negro.

El hijo de Diakote Shari se encuentra hospitalizado en Níger, donde está siendo atendido tras sufrir una hemorragia. Perdió el conocimiento cuando el cuchillo del inquisidor le cortó de un solo golpe la mano.«La vida de mi hijo cambió para siempre», cuenta el padre.

«Ahora resulta que lo que venimos practicando desde hace más de 30 años no es islam. Entonces, ¿qué es?», se pregunta Shari.«El vestuario ha cambiado, la música está prohibida y ni siquiera podemos tener en casa una pantalla de televisor o una tonalidad para el móvil», prosigue el hombre, aturdido.«Hemos perdido la esperanza de volver a nuestro hogar», manifiesta desde su refugio en Bamako.

La ayuda internacional

Como él, las familias que han huido a la capital se han establecido en improvisados campamentos donde aprenden a vivir de cero. La vida de las mujeres se limita a la preparación de la comida, a lavar la ropa y el cuidado de sus pequeños mientras aguardan una solución al conflicto.

Hasta hoy dependen solo y exclusivamente de la ayuda del exterior, de organizaciones como World Vision Mali, que les proporciona alimentos y medicinas.«Los nueve miembros de mi familia están confinados en una sola habitación. No estamos acostumbrados a padecer la malaria de Bamako, que es mucho más agresiva que en el norte»,explica Seydoy, también refugiado de Gao.

Seydoy, una vez la crisis se resuelva, sabe dónde regresar a su casa de Gao. No es así para algunas familias cristianas. Sus hogares han sido desvencijados por el terror islamista. Exactamente lo mismo ha ocurrido con los centros de salud y de enseñanza cristianos, brutalmente destrozados. Se ha salvado, sin embargo, el instituto bíblico que dirigía el profesor en teología Mohamed Ibrahimm, que hoy se ha convertido en una base de operaciones para los terroristas del Movimiento Unificado para la Yihad en África Occidental (MUJAO).«Ahí se están entrenando, se hospedan y organizan la gestión de la ciudad»,comenta estremecido Ibrahim.

Los castigos a los que los islamistas recurren contra la población incluyen cercenar las orejas a las mujeres que rechazan el uso del velo o pegar latigazos por adulterio hasta provocar la muerte. Por ello,«los terroristas han perdido la complicidad de muchos nativos, cada vez más conscientes de que la violencia no se contempla en ningún precepto religioso del islam», comenta a este diario Maiga, refugiado de Gao.

Los islamistas llevan años construyendo en el norte de Malí mezquitas, pozos y carreteras. Ahí reside el poder de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI): en llevar la obra social a una población para la que el Estado era invisible. Maiga recuerda cómo en las escuelas religiosas los islamistas hacían proselitismo a favor de la causa yihadista explicando el abandono del Gobierno maliense.«Los salafistas venían a las ciudades y nos entregaban bolsas de arroz y dinero. Y, de vez en cuando, anunciaban la construcción de un pozo, que es como tocar el paraíso porque en esta parte del país escasea el agua. Todo ello nos parecía muy bueno pero no podemos entender, ahora, esta nueva forma de ver la religión», manifestó desengañado Maiga.«La gente quiere volver a la situación anterior», añade.