La carrera hacia el Elíseo

Vértigo francés ante la crisis

Trabajadores de AcerlorMittal de Florange se manifiestan en París.

Trabajadores de AcerlorMittal de Florange se manifiestan en París.

   ELIANNE ROS / París

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Pese a su astronómica deuda, Francia mantiene la cabeza fuera del agua en los procelosos vaivenes de los mercados. Hasta ahora, los efectos de la crisis no han producido más que un ligero resfriado en comparación con la pulmonía española. Pero ante la llegada del virulento virus a las puertas de sus fronteras, el país ha puesto sus barbas a remojar. El riesgo de contagio lastra una campaña presidencial cuya primera vuelta se celebra dentro de una semana y que muchos ciudadanos viven como el preludio de la tormenta que les espera a la vuelta de la esquina.

«Aunque no nos lo dicen, nosotros vamos por el mismo camino», se resigna Jean Mattieu, de 41 años, cuando oye hablar de recortes salariales en España. Este piloto de profesión, padre de tres niños, empieza a verle las orejas al lobo. En su compañía se empieza a hablar de medidas drásticas. «Los pilotos franceses somos más caros que los alemanes, o nos bajarán el salario o habrá que trabajar más horas, no hay otra salida», augura convencido de que Francia no puede mantener su elevado tren de vida y su semana laboral de 35 horas por mucho tiempo.

Mientras tanto, Jean y su familia engrosan las colas en la carretera en dirección a los Alpes. El viernes empezaron las vacaciones escolares de primavera en la región de París, y a juzgar por los viajeros que se agolpan en las estaciones y aeropuertos, la crisis parece un espejismo. De hecho, en los últimos años, la mayoría de los franceses no han visto reducidos sus ingresos ni su poder adquisitivo. Los recortes de su generoso Estado del bienestar se han limitado a una prolongación de la edad de jubilación de los 60 a los 62 años. Desde el 2009, pese a mostrar signos de debilidad -incremento del paro, de la deuda pública y galopante déficit comercial- la economía no ha entrado en recesión.

EL PAPEL DE LA ECONOMÍA / Antes de que el presidente y candidato a la reeelección, Nicolas Sarkozy, agitara esta semana el espantajo de España como ejemplo de lo que pasará si gana su rival, el socialista François Hollande, la crisis no parecía estar en el centro del debate político. «Francia, en la negación de la realidad», tituló la revista The Economist en portada con un montaje en el que Sarkozy y Hollande aparecen como personajes del cuadro Desayuno en la Hierba de Manet.

Esta sangrante imagen de burgueses ajenos a los verdaderos problemas del pueblo ha encontrado eco en el semanario francés Le Point. «En Gran Bretaña, España o Portugal los nuevos gobiernos han sido elegidos prometiendo sudor y lágrimas. En Francia, el futuro presidente se designará sobre la base de una mentira grande como nuestra deuda, consistente en prometer un futuro menos difícil que el de ayer cuando lo más duro está por llegar».

«La campaña habrá mantenido la ilusión de una Francia que habiendo perdido su triple A (la máxima calificación que otorgan las agencias de notación) sigue siendo capaz de hablar de igual a igual con Alemania», lamenta la publicación, que augura una «cura de rigor».

Los ciudadanos están dispuestos a sacrificios, pero no a costa de sus prestaciones sociales. «Prefiero pagar más impuestos», dice Michel Rinfray, informático de 40 años. Recientemente, la noticia de que el presidente de la multinacional Publicis, Maurice Lévy, percibirá un bono de 16,2 millones de euros escandalizó a los franceses, muy propensos a denostar el dinero.

Sin negar el problema de la deuda, fruto de un enorme gasto público y unos presupuestos deficitarios desde 1974, Sarkozy y Hollande compiten por hacer pagar más a los ricos. Para el primero, la solución pasa por contener el gasto. El segundo pone el acento en relanzar la economía y en «dominar la finanza». Ambos se han calzado el casco para visitar la planta siderúrgica de Florange, convertida en símbolo del declive industrial del país. En esta población, donde Arcelor Mittal tiene en vilo a 6.000 obreros, la crisis no es un fantasma que acecha al otro lado de los Pirineos. «El padre de Mittal era un industrial, pero su hijo es un financiero», denuncia un sindicalista que teme por su futuro: «Si Florange cierra tendré que irme, aquí esto es la miseria».