Décimo aniversario del 11-S

'Zona cero', memoria y negocio

Solo el monumento a las víctimas está completo; los grandes edificios se ralentizan por falta de presupuesto

Imagen aérea de la 'zona cero' de Nueva York, la semana pasada.

Imagen aérea de la 'zona cero' de Nueva York, la semana pasada.

IDOYA NOAIN

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La espiral de la historia a veces tiñe de cruel simbolismo sus curvas. En 1946, en un estudio sobre los efectos de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos acuñó la expresión zona cero («el punto en la Tierra justo debajo de la explosión»). 55 años después, zona cero cobró para el país y, sobre todo, para Nueva York una nueva, trágica y por ahora indeleble dimensión.

Dos aviones tardaron solo 102 minutos desde el primer impacto en convertir las Torres Gemelas, nacidas en la imaginación de Minoru Yamasaki, en tumba para 2.753 personas. De cuatro de cada diez nunca se recuperaron restos. Para muchos, las 6,5 hectáreas se convirtieron en tierra sagrada. Y empezó un complejo proceso para inmortalizar la memoria y reconstruir el símbolo: el de la ciudad que siempre mira hacia arriba, hacia delante; el de la urbe que eleva a los altares, cueste lo que cueste, su centro financiero.

La primera parte, la de la memoria -a la que se han destinado 500 millones de euros- ha sido la que más ha avanzado en la década. Aunque el museo no abrirá hasta el aniversario del 2012, Reflejando la ausencia -el monumento de Michael Arad y el paisajista Peter Walker- está listo para inaugurarse el domingo y, después, estará abierto para visitas previa reserva, pues aún será lo único completado en una zona de obras.

«ALGÚN DÍA DISFRUTAREMOS AQUÍ» / Por primera vez las familias de las víctimas podrán recorrer un espacio sembrado con 416 robles y ver el árbol superviviente, un peral rescatado de los escombros. Por primera vez podrán detenerse en el preciso lugar donde se alzaba la torre en que trabajaba o entró al rescate su ser querido y, asomados a una de las dos piscinas que simulan llevar el agua hasta las entrañas de la Tierra, acariciar el bronce en que se han grabado sus nombres (junto a los de los fallecidos en el Pentágono y en los cuatro aviones usados como misiles, así como los de las seis víctimas del atentado contra las torres en 1993, llegando hasta las 2.983 inscripciones).

En un día tan marcado como el del aniversario resurgirá el dolor, pero hay un futuro más esperanzador, como el que han alcanzado tantos otros monumentos que con el tiempo han ido perdiendo la pátina de muerte y mutando en un espacio urbano más. Eso es lo que imagina Bryan Lyons, que perdió a su hermano bombero en los atentados y ha trabajado en la reconstrucción: «Algún día vendré con mis hijos y los de Mike y disfrutaremos aquí».

UNA ALTURA SIMBÓLICA / Es la parte del símbolo del centro financiero (forzado a base de enterrar ideas como la de reconvertir el escenario de la tragedia en núcleo cívico y cultural) la que encarna la complejidad de la reconstrucción, aleja la zona de lo sacro y la hace terrenal, salpicada de inmundicias.

Tras años de trabajo subterráneo y arduas negociaciones entre los actores políticos e inmobiliarios que han dejado solo ecos del proyecto original de Daniel Libeskind, el World Trade Center 1 -aséptico nombre con que ha quedado la otrora Torre de la Libertad de David Childs- ha llegado a la planta 80 en su escalada a la simbólica altura de 1.776 pies (541 metros), el año de la independencia. Sube también el WTC 4 de Fumihiko Maki. Pero las torres de Norman Foster y Richard Rogers son entelequias en maquetas.

Dare McQuillan, ejecutivo en la inmobiliaria de Larry Silverstein (que firmó el arrendamiento del WTC 48 días antes de los atentados), intenta poner fechas en el calendario para esos dos rascacielos que aspiran a sumarse a los 21.000 de un país que no ha alterado radicalmente muchas exigencias de seguridad pese a las lecciones del 11-S.

«2015, 2016...», dice. Paradójicamente, habla en el WTC 7, un edificio reconstruido que, dependiente solo de dinero privado, se abrió ya en el 2006… Y la realidad es que la 3 y la 4 no empezarán a elevarse hasta que esté comprobada su viabilidad. Por ahora nadie ha mostrado interés. No hay ocupantes para tanto espacio de oficinas.

Los que se instalarán en la nueva zona cero -como Conde Nast, que ocupará 21 plantas del WTC 1 cuando abra en el 2014- han llegado a un caro precio, aunque no para ellos. La editorial pagará por debajo del valor de mercado su espacio (como ya hacían muchos ocupantes de las Torres aprovechando subsidios para evitar que se mudaran al midtown o a Nueva Jersey). Y con el presupuesto disparado, ¿quién acabará pagando? La Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, uno de los propietarios, multiplica por dos las tarifas de peajes y cada vez que alguien cruce uno de los seis puentes y túneles que unen los dos estados estará poniendo su granito de arena para el mastodóntico proyecto.

CRÍTICAS A CALATRAVA / Prácticamente nada ha funcionado según el presupuesto. Si en el 2002 se calculó el coste de la reconstrucción en 7.000 millones de euros, hoy se habla de 14.000. Todos los proyectos siguen elevando sus facturas. Y ninguno más que el núcleo de transporte diseñado por Santiago Calatrava, (2.200 millones frente a los 1.500 inicialmente planteados), un proyecto en el que, pese a las constantes revisiones y alteraciones, críticos como Nicolai Ouroussoff, de The New York Times, siguen viendo «un monumento al ego creativo y poco más».