Revuelta en el mundo árabe
A bordo del Awacs E-3A
«¿Sigue ahí?». Con una mano en el volante y los ojos hacia un avión de Ryanair que está tardando en aterrizar, la voz del robusto piloto estadounidense reverbera en la cabina mientras aguarda la autorización para la salida de su aeronave, un Awacs E-3A militar, de la base aérea de Trapani, en Sicilia.
No es broma. Trapani es también un aeropuerto civil y hay que esperar la llegada de los turistas para emprender la misión: 8 horas de una guerra del siglo XXI. De acuerdo con el programa del turno, preparado 72 horas antes en la localidad italiana de Piacenza y coordinado con otras dos bases europeas de la OTAN, el Awacs finalmente acelera y se va. El destino, la zona de exclusión aérea de Libia, donde se sigue operando desde marzo.
EL PERIÓDICO está sentado en el asiento número 5, en la cabina anterior de este pájaro metálico de 45 metros de longitud, una potente aeronave bélica que aplica desde las nubes el bloqueo aéreo sobre Libia, en el marco de la operación Unified Protector. Hay que cumplir con una sola regla, aunque indiscutible: obviar el uso de los apellidos de los 17 tripulantes por cuestiones de seguridad.
En poco más de una hora desde el despegue, el Awac está sobre aguas libias, a casi 30.000 pies de altura, y gira en círculos a 380 kilómetros la hora. Desde la cabina, se ve Misrata. Se enciende el radar Rodotome, que chilla como una ballena cuando alcanza la temperatura externa adecuada para su puesta en marcha, unos -40 grados.
Todo parece ir bien cuando, de repente, la tripulación advierte que los ordenadores a bordo no funcionan. Los sistemas se reinician una y otra vez; sube la tensión. El Awacs al que hay que dar el relevo tiene dos horas antes de que se agote el queroseno de reserva. «Es la primera vez que ocurre», dice Antonio, un fibroso oficial italiano.
Los nervios no son en vano. A pesar del aspecto de su vientre, que se asemeja a una especie de oficina móvil con alfombra azul y luces fluorescentes, el Awacs es el cerebro del despliegue militar en Libia, un operativo cuya actividad, según insiste oficialmente la OTAN, no ha disminuido desde el derrumbe del régimen de Muamar Gadafi.
Con una hora de retraso, las máquinas finalmente dan luz verde. La primera crisis de la noche ha sido resuelta. Las pantallas parpadean frenéticamente, llenas de puntos azules. Son los vehículos amigos, cazas F-16 y FA-18 que van y vienen de la zona de Sirte. Algunos piden autorización para abrir fuego. Otros reciben información de inteligencia.
No son aún las once de la noche cuando cinco cazas sobrevuelan en las cercanías de Sirte, donde se está llevando a cabo la práctica totalidad de los ataques de la noche. La escena se repetirá varias veces durante la noche y en la madrugada, a lo que le seguirán los vuelos de reconocimiento en las zonas bombardeadas.
Aparato roto
De todo está al tanto el Awacs, que sobre las dos se lleva otro disgusto. Uno de los aviones que deben abastecer de queroseno a una flota de cazas está roto. Lionel, de 33 años, lugarteniente estadounidense de origen mexicano, es quien debe resolver el problema. «He tenido que desviarlos a otro avión de abastecimiento. Un verdadero rompecabezas, como el Sodoku», dice, aludiendo a los cerca de 50 que vuelan esta noche.
Escrutar a estos soldados intentando descubrir si la OTAN espera localizar a Gadafi en breve, como muchos sospechan, casi supone un ejercicio de fantasía. Pese a las polémicas, la posición oficial es que actúan según la resolución 1973 de la ONU. «No tenemos información sobre el fin de la misión. Sabemos que hay negociaciones en curso, pero también vemos que hay fuerzas de él [Gadafi] que están en la zona de Ben Walid, Sirte y Sehba», recalca el coronel Query.
El tintineo de un bolígrafo, a ritmo de rap, sobre un escritorio marca el regreso a casa. Es el encargado del radar Rodotome que se está relajando, al tiempo que en el tablero aparece un pequeño círculo azul. Son casi las cuatro y es el Awacs de los franceses. Llega desde Francia para tomar el control.
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