Publicada en El Periódico el día 15 de julio

Diez millones de africanos están en peligro de morir de hambre

Un niño somalí malnutrido en el hospital Banadir de Mogadischo.

Un niño somalí malnutrido en el hospital Banadir de Mogadischo.

MONTSE MARTÍNEZ

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amuchos padres somalís se les están muriendo los hijos en los brazos. Está pasando hoy, ahora. Pero pasaba hace una semana, un mes, mientras los donantes del primer mundo no reaccionan. Familias enteras están atravesando desiertos a temperaturas que rozan los 50 grados en busca de agua y comida y, muchas veces, los más pequeños se están dejando, literalmente, la vida en el intento.

Cierto es que Somalia vive en crisis desde hace dos décadas, pero la sequía que azota este año a todo el Cuerno de África -especialmente Somalia, Kenia y Etiopía- es la peor en los últimos 60 años. Nada más y nada menos que 10 millones de personas están amenazadas de muerte por la hambruna y necesitan ayuda alimentaria urgente. En palabras del comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Antonio Guterres, recién llegado de una visita a la zona, se trata de «la peor crisis humana del año».

El Servicio Jesuita a Refugiados, con importante presencia en la zona, ha cuantificado en 400 las personas muertas de hambre.

La petición de más ayuda económica es desesperada. La ONU, en boca de su secretario general, Ban Ki-moon, alerta de que solo ha recibido la mitad de los 1.600 millones de dólares estimados para hacer frente a esta crisis puntual en la región.

Solo en junio, 54.000 somalís -según la ONU- abandonaron su país en dirección, en su mayoría, al campo de refugiados de Dadaab, en la vecina Kenia, completamente desbordado.Un dato muy significativo ayuda a entender que los servicios que se prestan por las oenegés en el campo de refugiados no dan abasto. Cuando una persona recibe una ración de alimentos -en general galletas energéticas que aportan calorías y micronutrientes de forma inmediata- no puede esperar otra ración hasta 40 días más tarde. Para recibir la primera pasan casi dos semanas. Por las noches, en los aledaños del campo, las hienas acechan y las madres temen que se coman a los niños. Lo constata Fátima, una somalí de 34 años, refugiada en el campo, a personal de Médicos Sin Fronteras: «Llegué aquí hace 15 días con seis miembros de mi familia. Tenemos un trozo de tierra, pero nada con lo que construir un refugio, ni plásticos, ni tiendas». «Tenemos targetas de registro -añade- pero no hemos recibido ninguna ración de alimentos y por la noche tenemos miedo de que los animales salvajes se coman a los niños».

Es el campo de refugiados más grande del mundo pero, sin embargo, ya se ha quedado pequeño.

VIOLENCIA ENDÉMICA / Somalia vive sin Gobierno efectivo desde 1991, cuando fue derrocado el dictador Mohamed Siad Barre y los señores de la guerra, enfrentándose en una lucha fraticida, pretendieron controlar el país. Actualmente, el grupo islámico radical Al Shabab, con apoyo extranjero vinculado a Al Qaeda, pretende derrocar al Gobierno de transición apoyado por la comunidad internacional e instaurar un Estado musulmán radical. Al Shabab autorizó a principios de mes a las oenegés extranjeras a operar en la zona que controla, algo imposible hasta ese momento.

A este contexto de violencia se suma que, este año, no llueve. Las pocas cosechas existentes se han echado a perder y los precios de los alimentos se han cuadriplicado. Este panorama explica por qué los somalís dejan sus casas y, en última instancia, su país ante la imposibilidad absoluta de subsistir.

«Mis bolsas están vacías pero llevo un gran peso en el corazón». Son las palabras recogidas por Médicos Sin Fronteras de un refugiado somalí recién llegado a las inmediaciones del campo de Dadaab. Como él, los refugiados llegan con una salud hecha añicos, con diarreas, afecciones respiratorias y desnutrición.