TriUNFA LA REVOLUCIÓN

El pueblo tumba al fin a Mubarak

Miles de personas estallan en gritos de júbilo ante de la noticia de la dimisión de Hosni Mubarak, ayer, en la plaza de Tahrir de El Cairo.

Miles de personas estallan en gritos de júbilo ante de la noticia de la dimisión de Hosni Mubarak, ayer, en la plaza de Tahrir de El Cairo.

KIM AMOR

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Egipto hizo historia. Millones de ciudadanos vieron convertirse en realidad un sueño que nunca antes imaginaron ni de lejos que pudiera cumplirse. Tras 18 días de lucha en la calle, tensos y algunos sangrientos, los egipcios han forzado la caída del presidente, Hosni Mubarak, el hombre que durante tres décadas ha estado al frente de un régimen autoritario que no ha hecho más que humillar y ultrajar la dignidad de millones de personas. El país empieza ahora una nueva etapa llena de esperanza, pero también plagada de enormes dificultades.

Según la Constitución, la presidencia del país, en caso de dimisión del jefe del Estado, debe recaer en el presidente del Parlamento. Pero son los militares los que se han hecho con el poder y es el Ejército, con el ministro de Defensa al frente, el general Mohamed Husein Tantaui, un hombre cercano a Mubarak, el que deberá dar respuesta a las exigencias del pueblo, que pide libertad y democracia, términos de uso poco común entre la élite castrense en esta parte del mundo.

Cuando los resistentes de la plaza de Tahrir, símbolo de esta revolución, se preparaban para continuar la batalla después de que Mubarak anunciara la noche del jueves que no tenía previsto dimitir, ayer la situación dio un giro sorprendente. A media tarde apareció en la televisión pública el vicepresidente, el general Omar Suleimán, para anunciar en un escueto comunicado que Mubarak tiraba la toalla.

«En estas difíciles circunstancias que el atraviesa Egipto -dijo, solemne, Suleimán- el presidente Hosni Mubarak ha decidido dimitir de su cargo como presidente de la República y ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas

(CSFF) la administración de los asuntos del país». Poco antes, se informó de que el yaraishabía abandonado El Cairo para buscar refugio en Sharm el Sheik, en el Sinaí.

La situación había llegado a un punto insostenible. Ya no eran centenares de miles, sino millones de personas de todo el país las que pedían a gritos la dimisión de Mubarak. Y una revuelta en la que participan familias enteras, hombres y mujeres de toda clase, edad y condición, no tiene marcha atrás, a no ser que el poder opte por sofocarla a sangre y fuego. Pero el Ejército, desde que sacó a la calle los tanques la noche del 28 de enero, ya dejó claro que no iba a utilizar la fuerza contra los manifestantes. Además, la economía está al borde del colapso, con huelgas que mantiene a medio gas sectores vitales para las arcas del Estado.

SENTIMIENTO COMPARTIDO / La rebelión de Egipto no ha sido ni impulsada ni dirigida por ningún partido o movimiento. Ha sido un sentimiento común, compartido por la mayoría, el motor de las protestas.

Porque, unos más que otros, todos los egipcios que han participado en las manifestaciones se han sentido víctimas de un régimen corrupto, que ha hecho del abuso de poder y de la violación de los derechos humanos su única arma de subsistencia, con el apoyo y complicidad de los países occidentales.

La pelota está ahora en manos del general Tantaui y la cúpula militar que, horas antes de la caída en desgracia de Mubarak, prometió cumplir con las demandas de los manifestantes. En un comunicado, el Ejército se comprometió a «salvaguardar las legítimas demandas del pueblo y trabajar para una transición pacífica del poder a una sociedad democrática y libre». Y esto significa levantar el estado de excepción, reformar la Constitución y celebrar elecciones libres y democráticas. Toda una declaración de intenciones y una hoja de ruta de una transición que no podrá llegar a buen puerto sin la participación de todos los partidos políticos y demás movimientos de la oposición, entre ellos los Hermanos Musulmanes, los islamistas moderados que hasta ahora se consideraba la principal fuerza opositora.

«Este es el día de la victoria del pueblo egipcio», dijo uno de sus portavoces. «El principal objetivo de la revolución se ha cumplido», añadió. El premio Nobel de la Paz y exdirector del Organismo Internacional de la Energía Atómica Mohamed el Baradei, que en algún momento se perfiló como catalizador del movimiento reformista, afirmó emocionado: «Es el día más grande de mi vida».

En esta revuelta, los líderes políticos han mantenido un perfil bajo para no robar protagonismo al pueblo en la calle, sobre todo a los jóvenes del país, los auténticos promotores de la revolución. Ha sido la generación de las webs, los blogs, el Facebook y el Twitter, la clave en la caída de Mubarak. Con sus denuncias de las torturas, la corrupción y el abuso de poder, los guerrilleroson linedel siglo XXI han conseguido que millones de egipcios perdieran el miedo y se echaran a la calle, como hicieron los tunecinos.

Los resistentes de Tahrir no se olvidaron en el «día de la victoria» de recordar y honrar de manera especial a las más de 300 personas que han muerto en esta revuelta, a los que ya se les conoce como los «mártires de Tahrir». Porque en esta revolución, reivindicativa y sobre todo pacífica desde que estalló el pasado 25 de enero, los únicos que han hecho uso de la violencia han sido los matones del régimen, que durante dos días intentaron crear el caos y sembraron el terror en la capital y en otras ciudades del país. Fueron partidarios de Mubarak los que utilizaron armas de fuego para reprimir las protestas.

«Bienvenido al nuevo Egipto», dijo una madre de familia entre sollozos a este enviado especial poco después de conocer la dimisión de Mubarak. Los egipcios se sienten hoy por fin libres y, por lo que se ha visto estos días, no parece que estén dispuestos a que nadie les robe el sueño. Es el pueblo el que, sin disparar un tiro, ha tumbado a Mubarak.