VIAJE AL CORAZÓN DE ÁFRICA

La lengua con sangre entra

TÉMORIS Grecko

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En la minúscula Ruanda está teniendo lugar un extraño fenómeno lingüístico: el desplazamiento de un lenguaje extrafricano impuesto por las armas, por otro igualmente ajeno pero adoptado voluntariamente.

Hace medio siglo, durante la ola independentista en el África subsahariana, muchos pensaron que los reflejos nacionalistas llevarían a las nacientes repúblicas a desprenderse de la lengua de los dominadores. Esto solo sucedió en Tanzania, un país que estuvo apenas tres décadas en manos alemanas antes de pasar a las británicas, por 45 años, y que ya poseía una lengua franca, el suajili.

Todos los demás conservaron el idioma colonial como oficial. Para muchos de ellos, como los del oeste y el sur de África, era la única forma de lograr que sus ciudadanos de las diversas tribus se comunicaran entre sí. Además, vieron las ventajas económicas de mantener una educación plurilingüe vinculada a Europa.

En algunos casos, dos lenguas coloniales han chocado, y se da la situación curiosa de que una de ellas se convierte en símbolo de independencia y liberación (aunque en un principio haya llegado acompañada de la violencia y el racismo) para enfrentar a la otra. En la Suráfrica del apartheid, el Gobierno racista determinó en 1976 imponer el afrikáans (originado en el holandés de los primeros colonos blancos) como idioma de enseñanza y provocó una famosa revuelta de los estudiantes de Soweto, que reivindicaban el uso del inglés. En el Sáhara Occidental, jóvenes saharauis emplean el castellano como una manera de identificarse frente a los marroquís francoparlantes.

En ambos ejemplos las lenguas coloniales competidoras ya estaban presentes en el territorio. En Ruanda, el inglés tiene solo 16 años y está sustituyendo al francés por decreto de su presidente, Paul Kagame. No es un capricho. Hay razones históricas importantes en este movimiento. Nada menos que el papel de Francia en el genocidio de 1994, cuando 800.000 ruandeses tutsis y hutus moderados fueron masacrados espantosamente por milicias hutus fanáticas.

Los belgas exacerbaron las rivalidades de clase al convertir por ley a los pobres hutus y a los ricos tutsis en falsas etnias rivales, con el fin de usar esta división para consolidar su poder. Tras la independencia, en 1962, Francia entró como poder postcolonial, se alió con los hutus, organizó, financió y armó a sus milicias. Durante el genocidio, les dio cobertura diplomática para impedir la intervención de la ONU, y cuando los tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR) vencieron a los genocidas, las fuerzas francesas ayudaron a escapar a sus protegidos hacia el Congo, donde provocaron fatalidades aún mayores.

El pasado febrero, Nicolás Sarkozy se convirtió en el primer presidente francés en visitar Ruanda en 16 años. Sus anfitriones esperaban un acto de contricción. No sería de él: visitó el dolorosísimo Memorial del Genocidio, pasó con cara de piedra frente a las mamparas que detallan la participación francesa, y solo admitió que hubo «errores de evaluación» y «una ceguera» de «la comunidad internacional».

La generación del exilio

Falta asumir responsabilidades también del otro lado. La llegada del inglés no deriva solo de su posición mundial dominante: Paul Kagame y los líderes del EPR forman parte de una generación de tutsis que creció en el exilio en la vecina Uganda, que allí se educó en inglés y recibió apoyo militar de Washington y Londres para librar su exitosa guerra contra los hutus.

La pregunta de cómo fue que los franceses se dejaron envolver en la locura genocida de sus tutelados hutus, se responde con la paranoia nacionalista que hubo entonces en el Gobierno de François Miterrand: la lengua francesa -y la influencia de Francia— estaba globalmente a la defensiva frente a la «agresión» anglosajona, y Ruanda era un minicampo de batalla donde los hutus francófonos se defendían de los tutsis angloparlantes. Era una cuestión de poder y de prestigio.

Este 2010 ha sido terrible para los maestros de escuela ruandeses: fueron formados en francés y de pronto les exigieron enseñar en inglés. Los niños aprenden más rápido y son ellos quienes terminan instruyendo a los profes. No se discute e de qué forma lo que hacen es el resultado de una irresponsable disputa poscolonial. No lo ven, pero la lengua con sangre entra.