CRÓNICA DESDE PARÍS

Ligar algo más que la mayonesa

Curso en el Atelier culinaire.

Curso en el Atelier culinaire.

ELIANNE Ros

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La televisión francesa ha explotado en los últimos meses un filón que ha cosechado récords de audiencia: los programas culinarios convertidos en realities. Como Una cena casi perfecta, en la que ciudadanos corrientes preparan un ágape en su casa para seis personas, que a su vez son sus rivales. Al final, cada uno puntúa al anfitrión tanto por la calidad gastronómica como por la decoración o el ambiente. El ganador de cada liga regional pasa al campeonato nacional, donde sus puntos de cocción, texturas y salsas son evaluadas por reconocidos chefs.

El último hallazgo, pomposamente llamado Master chef, lleva la competición al paroxismo sometiendo a los concursantes -aficionados que aspiran a dedicarse a la gastronomía- a una serie de pruebas cada vez más duras y estresantes. Un exigente jurado evalúa cada misión, consistente en preparar un menú para varios centenares de marinos en alta mar o ejecutar una receta en 60 minutos con los ingredientes de una caja sorpresa.

El éxito de estas emisiones refleja una tendencia social. Favorecida por la crisis, la moda de jugar a los chefs causa furor al otro lado de los Pirineos. Las escuelas de cocina florecen como champiñones. Su mercado no se limita al ama de casa ociosa. La clientela se ha extendido a ejecutivas saturadas de precocinados, jóvenes madres hartas de repetir el mismo menú y hombres de todas las edades cuya imagen de los fogones ha cambiado gracias a los nuevos cocineros mediáticos.

Así, el curso para aprender a hacer sushi, foie casero, tapas o los preciados macarons -sofisticado dulce- se ha convertido, junto al Ipad, en el regalo por excelencia para estas fiestas. Durante estas semanas, las clases para innovar las recetas tienen lista de espera.

El fenómeno conquista también a jóvenes parejas atraídas por el lado sensual de la cocina. Pensando, quizá, en la seducción por la vía del estómago que tan bien plasmó la película mejicana Como agua para chocolate o la sexy Catherine Zeta-Jones enfundada en su impoluto uniforme de chef como protagonista de la comedia romántica Sin reservas. Amasar pan, combinar las especias o preparar un pastel de chocolate despierta los sentidos.

Las escuelas de cocina están cada vez más frecuentadas por solteros/as y divorciados/as. Compartir fogones puede ser más eficaz que una web de contactos o una sesión de Speed dating. No solo resulta menos embarazoso sino que, al menos, se parte de un paladar afín. Algunas empresas, como Atelier culinaire, han inventado un concepto ideal para facilitar el encuentro entre almas solitarias pero profesionalmente muy ocupadas. La cosa consiste en aprovechar la pausa del almuerzo para aprender una receta y degustarla en una hora. Por 15 euros, uno de los jóvenes chefs de la escuela desvela a una docena de alumnos los secretos para causar sensación con, por ejemplo, un lomo de bacalao con costra. Tiempo de preparación: media hora. El resto se dedica a saborear el plato con una copa de vino, conversar y tomar un postre. Los ingredientes para iniciar algo más que una buena amistad están servidos.