CRÓNICA DESDE parís

La pasión secreta del primer ministro

Corrida en Nimes.

Corrida en Nimes.

ELIANNE Ros

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En ciudades como Arles o Nîmes, la época de la vendimia se asocia también a los toros. Estos días, hay que ver cómo se llenan hasta la bandera los TGV (trenes de alta velocidad) que conectan París con estos destinos para darse cuenta de que la afición va más allá de las regiones del sur. Dos millones de franceses asisten al menos una vez al año a una corrida, según el Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas. Para levantar lo menos posible las iras de los defensores de los animales, se deslizan por el tren con disimulo, cruzando miradas de complicidad.

En los círculos artísticos e intelectuales de la capital, el aura picassiana de la tauromaquia despertó el interés por la fiesta. Hoy cuenta con apasionados como el actor Gérard Dépardieu, que no oculta su admiración por lo que califica de «arte sublime». El venerado director Claude Chabrol, recientemente fallecido, formaba también parte de los incondicionales de las ferias, que se celebran en mayo y a finales de septiembre. Los políticos lo llevan con extrema discreción. Como si tuviera algo de pecaminoso, o de antirrepublicano, que es peor, apreciar un espectáculo donde la tradición se mezcla con la sangre. Un binomio difícil de digerir para el grueso de la opinión pública.

Entre el público que abarrota el majestuoso coliseo de Nimes, se ha visto en más de una ocasión al socialista François Hollande y también a... ¡François Fillon! Nadie diría que el flemático primer ministro, con sus aires de aristócrata inglés, no solo se pirra por las carreras de coches sino que tiene debilidad por los toros. Quienes le conocen bien saben que el gusanillo le picó en Madrid, donde pasó una época de su juventud como periodista becario en la agencia France Presse.

Desde entonces, cada vez que la agenda se lo permite, se escapa para disfrutar de una buena corrida. Los defensores de la fiesta confían secretamente en él para que la iniciativa abolicionista impulsada por dos diputadas -una de la izquierda y la otra conservadora- se diluya en los recovecos de la tramitación parlamentaria. De hecho sus señorías no han corrido a apoyarla. En cambio los alcaldes de las 30 poblaciones taurinas, de Bayona a Beziers, se han movilizado a favor de un espectáculo autorizado en las localidades que han demostrado una «tradición ininterrumpida» de varias décadas.

La de Nimes se remonta a 1853. Ya en 1813, el barón Rolland, prefecto del departamento del Gard, propuso al ministro del Interior abrir el Coliseo romano a los aficionados en una encendida misiva: «El gusto que tiene el público por los toros es llevado hasta el furor, y en ningún sitio existe un lugar tan magnífico como las arenas».

Pero hoy el pueblo está más dividido. Animados por el movimiento popular que ha logrado prohibir la fiesta taurina en Catalunya, cientos de militantes anticorrida se manifestaron en Nimes por la abolición. En Arles salieron a la calle los defensores de la tradición, que esgrimen como exponente de la «cultura e identidad» de la región. E invitan a los aficionados catalanes a hacer como los parisinos, ahora que el TGV pronto llegará a Barcelona.