La tensión mundial

Desastre paradigmático del futuro inmediato

Pere Vilanova

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El mal ya está hecho y esta mala acción está costando ya vidas humanas (y costará más). Los ingredientes de este desastre son varios, y anuncian un verdadero paradigma del mundo en el que vivimos y el del futuro inmediato. Tan inmediato como que estamos a pocos meses de entrar en el 2011, décimo aniversario del atentado terrorista que, por sus peculiares características y sobre todo por algunas de las reacciones que desencadenó, marca quizá simbólicamente el inicio del siglo XXI.

El primer ingrediente es el señor Jones, que no es un loco -ese es el diagnóstico fácil- sino un fanático peligroso, auténtico pirómano ideológico, que en 30 años de predicación a la cabeza de una secta hasta ayer desconocida (Dove World Outreach Center) ha conseguido 50 feligreses y ser expulsado de Alemania. Pero su llamada a quemar el Corán cabalga sobre el segundo ingrediente, auténtico multiplicador sociológico a escala global, que es internet y en general la globalización instantánea de la difusión de cualquier cosa a escala mundial. Que un chalado predique insensatas provocaciones no es nuevo en la historia de la humanidad, pero que uno con tan poca audiencia en su casa ponga en marcha la que se nos viene encima, eso es nuevo y es grave. El tercer ingrediente es el telón de fondo en el que este incidente se inserta, y el precedente de las viñetas de Dinamarca hace pocos años debería estar muy presente en todos nosotros. Las políticas inteligentes frente al terrorismo de invocación islamista (que existe y durará tiempo) pasarían obviamente por intentar aislar a dichos grupos frente a la inmensa mayoría del islam, que agrupa a 1.300 millones de seres humanos (por cierto, a la par con el número de cristianos), que es muy heterogéneo y donde cada uno vive su vida política y social a su manera según países, tradiciones y culturas específicas. El cuarto ingrediente son aquellas voces públicas que hacen lo contrario y van insistiendo en amalgamas insensatas. Por ejemplo, el señor Aznar al describir el mundo como un campo de batalla geográfico que tiene dos megabandos y en el que la línea de trinchera es Israel. O el señor Thilo Sarrazin -ya dimitido del Bundesbank-, con sus argumentos genéticos sobre judíos e inferioridades intelectuales de musulmanes. Conseguir que hasta el presidente

-democráticamente elegido- del primer país musulmán del mundo, Indonesia, tenga que mostrar su indignación es toda una hazaña. A la vez, el problema es de todos y a escala mundial. Para aislar al terrorismo islamista es indispensable que se oigan cada vez más voces de musulmanes que lo desautoricen, desde Filipinas hasta San Francisco pasando por Oriente Próximo. Y aquí, desde la fatua de Jomeini contra Salman Rushdie (¡hace 20 años!) queda mucho por hacer.

Para poder debatir sobre el Corán, el punto de partida es estar frontalmente en contra de su quema. Además, quemar libros es lo que desde la Inquisición hasta Hitler, Stalin y Pol Pot ha distinguido a las ideologías totalitarias. Pero empecemos la casa por los cimientos, y que cada lector se pregunte a cuántos musulmanes conoce y trata en su vida diaria, y si habla con ellos de estos temas. Y no vale decir que no están a su alcance. En Europa, España y Catalunya hay muchos musulmanes.