CRÓNICA DESDE MOSCÚ

Normas básicas para parecer moscovita

Un cordero a punto de ser asado.

Un cordero a punto de ser asado.

DMITRI Polikárpov

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Tengo un amigo moscovita que se queja de que vive «en un pueblo georgiano». Dado que su casa se encuentra en pleno centro de Moscú, a tan solo un kilómetro del Kremlin, es difícil creerlo. Pero casi es verdad. En el patio trasero del edificio donde vive apareció hace poco un restaurante georgiano. El dueño, procedente de una pequeña aldea montañosa de Georgia, trajo consigo a sus parientes, que trabajan en la cocina y viven en una garita.

Cada mañana salen todos juntos de su miserable habitáculo y llenan el aire de sonidos poco habituales para los oídos moscovitas. Se lavan al aire libre, hacen pan en un horno instalado en medio del patio y ponen música popular georgiana tan alta que debe de llegar hasta los despachos del Kremlin. Además, para sentirse a sus anchas pintaron las paredes del patio con escenas de la vida aldeana. «Solo faltan vacas y ovejas para que parezca un pueblo de verdad», suele decir mi amigo.

La afluencia de inmigrantes de las antiguas repúblicas de la Unión Soviética a Moscú -como ocurre también en otras grandes ciudades rusas- ha transformado la imagen de la capital tanto o más que los nuevos rascacielos. La gente que viene de fuera trae consigo sus costumbres, que a veces dejan boquiabiertos a los moscovitas castizos y a los numerosos turistas extranjeros. No es raro ver cómo un grupo de musulmanes sacrifican a un cordero en un balcón o en un patio. Los forasteros andan descalzos por las calles del centro, preparan barbacoas con un brasero en el balcón y hacen muchas cosas más que no gustan nada a la población autóctona.

Según sondeos recientes, más del 70% de los moscovitas consideran que las relaciones con los extranjeros son tensas precisamente porque no respetan las normas y tradiciones locales. La tensión ha llegado a tales extremos que las autoridades de Moscú y de San Petersburgo anunciaron que están elaborando un código de conducta para forasteros. Este trabajo se plasmará en un libro que ofrecerá recomendaciones a los recién llegados.

Las recomendaciones

Dado que no pueden prescindir de los servicios de los forasteros, los funcionarios han decidido educarles. Entre otras cosas, a los extranjeros se les invita a no sacrificar los corderos, no asar carne en braseros en sus pisos, no aparecer en lugares públicos con sus vestidos típicos y estudiar el idioma ruso.

La iniciativa de las autoridades les parece inútil a la mayor parte de los moscovitas, puesto que no ofrece mecanismos que obliguen a los incumplidores a respetar las normas tradicionales. Por su parte, los defensores de los derechos humanos sostienen que el código atenta contra los derechos constitucionales de los forasteros.

En algunos barrios de Moscú los vecinos ya han empezado una guerra contra las costumbres ajenas sin esperar la ayuda de las autoridades. A los que encienden una hoguera en el balcón de su apartamento, unos vengadores no identificados les echan cartuchos con gas lacrimógeno por las ventanas.