CRÓNICA DESDE PARÍS

Un jardín de tiovivos y sirvientas con cofia

Tiovivo en el parque.

Tiovivo en el parque.

ELIANNE Ros

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En el corazón del bullicioso Barrio Latino, los jardines de Luxemburgo se ofrecen al público como un acogedor refugio de paz y de frescor bajo las copas de sus centenarios plátanos. Pero es algo más que un lugar donde hacer un paréntesis para reponer fuerzas. Franquear la verja del parque creado bajo los auspicios de Marie de Médicis supone también realizar un viaje en el túnel del tiempo, entrar en la era en la que los caballeros llevaban sombrero de copa, las mujeres usaban corsé y se protegían del sol con una sombrilla y sirvientas con cofia paseaban niños.

Este ambiente de finales del siglo XIX y principios del XX, no es gratuito. Los originarios jardines del Palacio de Luxemburgo, actual sede del Senado, han conservado las estructuras de madera y hierro forjado que albergan desde el restaurante hasta los pequeños puestos que venden bebidas, helados o deliciosascrêpes. Lo mismo sucede con la casita donde se siguen ofreciendo sesiones de guiñoles de toda la vida y el entrañable tiovivo, que data de 1879.

Construido según los planes del arquitecto Charles Garnier, el mismo que levantó la ópera de París, el carrusel sigue haciendo las delicias de los niños. Sus viejos caballitos de madera, sus toscos ciervos, elefantes y jirafas mil veces repintados, tienen incluso más éxito que las atracciones modernas. Su aliciente radica en los pequeños palos en los que los críos deben ensartar unas anillas que cuelgan de una especie de pera de madera. Lo que no se ha mantenido es el premio al ganador, unsuccre d'orge(pirulí de caramelo). Ni tampoco el sonido del piano mecánico, suprimido en 1917 por una administración de orejas sensibles.

La atracción, que inspiró a Rainer Maria Rilke el poemaLe Carrousel(1905), no es la única de antigüedad de museo que continúa funcionando en los parques de París. En los Campos de Marte, al pie de la Torre Eiffel, sigue girando un tiovivo similar….¡con tracción manual!. Aunque, a juzgar por la afluencia, el negocio no conoce la crisis, Mario, el propietario, resiste a las comodidades de los tiempos modernos. «No sería lo mismo, perdería encanto», aduce, mientras le da a la manivela.

Llama la atención el apego de los parisinos a sus viejos carruseles, teatros de guiñol y puestos de refrescos y golosinas. Donde en otros países el diseño moderno ya habría ganado la partida, aquí, la generación de la play stationpasa de la consola al mismo caballito de madera al que se subieron sus bisabuelos. En los jardines de Luxemburgo, además, los niños juegan en el estanque con idénticos barquitos de vela que sus antepasados. Solo les falta llevar pantalones bombachos hasta la rodilla y un sombrerito de paja con una cinta en la cabeza.

La idílica estampa contribuye a respirar un ambiente de época de efecto balsámico. Entre el verde de los ordenados parterres donde las flores parecen pintadas, el ritmo de la ciudad se desacelera. Todo invita a relajar el espíritu, y a soñar con un mundo menos prisionero del reloj. Un mundo indolente, en el que podemos permitirnos el lujo de dejar vagar los pensamientos libremente mientras, en el quiosco cercano, una pianista interpreta a Chopin.