Análisis

El reggae del mal rollo

Ramón Vendrell

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El amor deKeith Richardspor el reggae y Jamaica no fue correspondido. Cautivado por la música popular jamaicana, el guitarrista de los Stones adquirió una propiedad en la isla a principios de la década de 1970.Bob Marley& the Wailers aún no habían publicadoCatch a fire(1973), el inicio de la exportación del reggae.

Primera traición del paraíso tropical aRichards: Anita Pallenberg, su esposa, se quedó una temporada sola en la villa jamaicana. Las rudas amistades que la frecuentaban escandalizaron a los vecinos, por supuesto blancos y ricos, de modo que la policía se presentó un día en la finca y encontró un kilo de marihuana. Durante el poco tiempo que pasó encerrada,Pallenbergfue violada tanto por presos como por policías, según una versión recogida porVictor Bockrisen su biografía deRichards.

Segunda traición: en 1981Peter Tosh, artista del sello discográfico de los Stones y telonero del grupo, ocupó con unos amigos la casa caribeña deRichardsy solo la abandonó después de un amenazador ultimátum telefónico de este, no sin antes destrozarla. La realidad jamaicana superó incluso aRichards,entonces el forajido número uno del rock.

Cortesía deMarley,la música jamaicana es en medio mundo sinónimo de buen rollo. Cuando igual que existe un reggae positivo, abundan en el género las piezas violentas, machistas y homófobas, reflejo de la sociedad de la que surgen. Tras verThe harder they come (1972), película en la quePerry Henzellretrató el turbio negocio del reggae y el feroz entorno del que nace, no resulta tan extraño lo que está sucediendo en Kingston con la caza y defensa deChristopher Dudus Coke.Pero tampoco es cuestión de criminalizar el reggae del mal rollo: como la rumba urbana, el rap, el reggaetón y otras músicas populares nacidas en la pobreza, expresa un estilo de vida salvaje.