CARTA DESDE WASHINGTON

Hoy nos visita el odio, por Antoni Bassas

ANTONI Bassas
Corresponsal de TV-3 en Washington

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El lunes por la mañana les tocó a los chicos y chicas de la Sidwell Friends School, en Washington DC. El martes, estuvo en el Instituto de Secundaria de Bethesda Chevy-Chase, Maryland. La primera es una de las escuelas más exclusivas de Washington. O para decirlo rápidamente, la escuela de Sasha y Malia Obama, la misma donde asistió Chelsea Clinton y las hermanas Tricia y Julie Nixon. El segundo es un instituto público donde estudian jóvenes de 14 a 18 años, situado en una zona interclasista y multinacional al noroeste del Distrito de Columbia.

Los dos grupos de estudiantes reaccionaron del mismo modo. Sobre las 7 de la mañana, media hora antes del inicio de las clases, cientos de adolescentes salieron a la acera del edificio bajo la preocupada mirada de sus profesores. Se quedaron de pie, en riguroso silencio, tal y como les habían advertido que hicieran. Tenían visita.

En la acera de enfrente, un pequeño grupo de adultos los había ido a ver con pancartas donde se podían leer textos como Dios odia a los mariconeslos judíos mataron a Jesús o América está perdida. Pertenecían a la autodenominada Iglesia Bautista de Westboro (Kansas). Fue fundada el 1995 y dice perseguir los principios del antiguo bautismo y el calvinismo. Demasiados ismos. Son simplemente, y están orgullosos de ello, un grupo de odio, especialmente antigay.

Para que tengan una idea del tipo de aportación que hacen a la convivencia, aparecen en los entierros de los soldados muertos en Irak o Afganistán y abuchean a los familiares con pancartas que dicen Los soldados mueren, Dios se ríe. La idea sería que Dios castiga a América con guerras, muertes, huracanes y toda clase de desgracias a causa de sus pecados. Por eso, los han visto con frases como por ejemplo Gracias Dios por el 11 de septiembre. O por el sida, o por el Katrina. Da igual. Para los miembros de la Iglesia Bautista de Westboro, cuanto más odio, mejor.

Viven de la provocación. A la que alguien no aguanta el comprensible pronto de romperles la cara, ya están interponiendo una denuncia. Si algún ayuntamiento les prohíbe hacer una de sus «pacíficas» protestas, lo denuncian. A menudo ganan (la libertad de expresión en este país fue la causa de la primera enmienda a la Constitución hace 222 años) y eso, en la administración de justicia norteamericana, puede significar embolsarse unos cuantos miles de dólares.

Los periódicos ya no les hacen demasiado caso, porque ya han protagonizado más de 40.000 numeritos. Pero el lunes, algunos medios hicieron una excepción. Querían ver qué pasaba cuando fueran a la escuela donde estudian las hijas del presidente con pancartas que dijeran Obama anticristo.

Advertidos de que no les gritaran ni se acercaran, los chicos les recitaron la promesa «de fidelidad», que todos los escolares norteamericanos recitan cada día, invariablemente, con la mano en el pecho mirando a la bandera, que dice: «Prometo fidelidad a la bandera de los Estados Unidos de América, y a la república que representa: una nación bajo Dios, indivisible. Con libertad y con justicia para todo el mundo».

Padres entrevistados opinaban que estas escenas ayudan a los chicos a preguntarse en qué creen, a defenderlo y cómo expresarlo. En Sidwell, una manifestante que no debía pasar de los14 años lo tuvo clarísimo. Les enseñaba una pancarta que decía: «Di un beso a una chica y me gustó».