REVELACIONES DE 'THE NEW YORK TIMES'

Michelle Obama, de la esclavitud a la Casa Blanca en 5 generaciones

Michelle Obama.

Michelle Obama.

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

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Hay presentes de logros amplificados por un pasado marcado por la barbarie. Al llevar a Barack y Michelle Obama hasta la Casa Blanca, EEUU selló un hito en su historia racial. Y es aún más significativo sabiendo que por las venas de la primera dama corre la sangre con la que traficantes de humanos escribieron uno de los capítulos más oscuros de la humanidad.

Hasta ahora se sabía que entre los ancestros de la primera dama por parte de su padre había habido esclavos. La campaña de su marido incluso contrató a expertos en genealogía para recorrer a la inversa la historia de su familia. Pero si descubrieron algo lo ocultaron, y en su histórico discurso sobre la raza, cuando aún lidiaba por la presidencia, Obama se declaró «casado con una estadounidense negra por la que corre la sangre de esclavos y propietarios de esclavos».

Ahora, gracias a una investigación de la experta Megan Smolenyak y a los reporteros de The New York Times, se ha confeccionado el mapa completo de los ancestros de Michelle Obama, en el que se conecta la esclavitud con la primera dama a través de cinco generaciones, y al que se ha sumado definitivamente un hombre blanco. Se desconoce su nombre, pero es quien, cerca de 1859, dejó embarazada a Melvinia, una esclava negra adolescente que había sido vendida a los 6 años por 475 dólares de la época. El fruto de esa relación

interracial fue Dolphus Shields, censado como mulato, tatarabuelo materno de la primera dama.

La de Michelle Obama es, según Smolenyak, –que ha trabajado con viejos documentos legales, censos, fotografías y memorias de ancianos que conocieron a algún miembro de la familia– «una historia muy universal». Y aunque es imposible saber qué tipo de relación hubo entre Melvinia y el hombre blanco, Shields es el apellido del segundo propietario de la niña, yerno de David Patterson, que la dejó listada entre sus propiedades al morir en 1852.

Quizá la relación de Melvinia fue con su dueño, o quizá con alguno de los hombres blancos que pasaron por la plantación de Georgia, donde fue trasladada tras pasar sus primeros años en una granja en Carolina del Sur. Quizá fue forzada. Pero, quizá también, fue voluntaria.

«A nadie debería sorprenderle ya oír sobre las abundantes violaciones y la cantidad de explotación sexual que se daba durante la esclavitud. Era una experiencia diaria», le recordaba a The New York Times Jason Gillmer, un profesor de Derecho en Tejas que ha investigado los lazos entre esclavos y amos.

Cuando Melvinia tenía 30 ó 40 años, ya libre, se unió a otros antiguos esclavos con quienes había trabajado en la granja de Patterson. Su hijo Dolphus se casó con la hija de otros esclavos, y el nuevo matrimonio (los tatarabuelos de Michelle) emigró a Birminghan (Alabama).

Mano firme

La clara piel de Dolphus, un carpintero que sabía leer y escribir y que en 1900 logró disponer de su propia casa, le ayudó a tener buenas relaciones con los blancos y a mantener su carpintería en uno de sus barrios. Construyó una iglesia que luego sería uno de los epicentros de la lucha por los derechos civiles. Y subió a su familia a la clase media. Regía su hogar con mano firme: prohibía fumar, mascar chicle, las palabras malsonantes, el pintalabios o los pantalones para las mujeres de la casa, y en su radio se vetaba el blues.

Según ha rememorado para el Times una anciana que conoció a la familia, Dolphus Shields se mostraba convencido de que las relaciones raciales mejorarían. «Va a solucionarse un día», decía un hombre cuyo obituario en 1950 en The Birminghan World, un diario negro, apareció el mismo día en que se proclamaba que el Supremo había prohibido la segregación en restaurantes y universidades. Su premonición se fue cumpliendo. Y hoy no tiene mejor expresión que su tataranieta.